El Concilio Vaticano II supuso un antes y un después en la Iglesia católica
"Provoca miedo en los sectores más conservadores"
"Reina el desconocimiento de los documentos conciliares por parte de muchos cristianos de base"
(Juan Azpitarte Olea, en Diario Vasco).- La larga vida es un don naturalmente anhelado: deseamos vivir. Miramos el futuro con esperanza: pensamos que nos reserva tiempos mejores no alcanzados todavía. Pero una larga vida nos hace también testigos de muchas frustraciones. ¿Qué ha sido de aquellos ánimos y entusiasmos que, cuarenta y cinco años atrás, después de tres de intensa labor, despertó el 8 de diciembre de 1965 en nosotros el Concilio Vaticano II, uno de los acontecimientos más importantes en la historia de la Iglesia?
Es verdad que numerosos cristianos aprendimos y vivimos con intensidad los primeros años en la aplicación del Concilio en la Iglesia. Eran los hijos del conocido 'aggiornamento', esa puesta al día que todo el mundo estaba de acuerdo que debía hacerse. Pero, pese a la renovación experimentada, no podemos evitar la sensación de que ha faltado algo, y no precisamente marginal, en la aplicación que se ha hecho.
A partir del Concilio, la puesta al día en nuestras parroquias y comunidades se concretó especialmente en una renovación notable, como en la Pastoral sobre la Iglesia. A consecuencia de ésta y otras innovaciones, se esperaba que la Iglesia tuviera una presencia fuerte en la sociedad actual, y que incluso se diera un crecimiento de la vida cristiana. Pero no ha sido así.
No cabe duda de que la Iglesia ha perdido aquel vigor de los primeros años del postconcilio. Pero no podemos pasar por alto sin preguntarnos las causas que han influido en ello. Los historiadores y hombres de Iglesia nos apuntan algunas de ellas. Estos nos dicen que los concilios en la Iglesia, para que se realicen, necesitan muchos años, y siempre hay obstáculos, altibajos, incluso provocan miedo en los sectores más conservadores.
Hoy, uno de los obstáculos que impiden hacer realidad los deseos del Concilio es el del propio desconocimiento de los documentos conciliares por parte de muchos cristianos de base. Harán falta años antes de que el Concilio penetre en la mente y en el espíritu de los mismos responsables de la Iglesia. Son pocos aquellos que han leído íntegramente los documentos conciliares, los que han intentado comprenderlos y asimilarlos, los que se han dejado iluminar para poder orientar a los miembros de nuestras comunidades y dialogar con el mundo de hoy.
No obstante, siguiendo las orientaciones del Concilio, en algunas parroquias y comunidades hay un nuevo estilo de hacer Iglesia, más comunitaria. En la catequesis se emplea un lenguaje y unas formas más adecuadas de presentar el mensaje cristiano. Ello ha supuesto entrar en un clima un tanto nuevo: el redescubrimiento de la Biblia. Es necesario que la conozca, que la lea no solo el catequista, sino también el pueblo cristiano. La catequesis es anuncio y escucha de la Palabra de Dios.
Se ha redescubierto también la vocación cristiana del laico comprometido en la Iglesia, etc. Son frutos del Concilio que están muy presentes. Aunque, evidentemente, todavía hay más cosas que hay que mejorar, que exigen una mayor pedagogía y dedicación.
Otro de los obstáculos actuales, en determinados sectores de la Iglesia, es el miedo. Hay personas que todavía tienen mucho miedo del Concilio y que creen que muchas de las dificultades actuales son una consecuencia de la novedad conciliar. Se puede entender que haya gente que tenga miedo, pero es peor que vivamos como si no hubiera existido el Vaticano II, y peor aún interpretarlo de manera diferente al espíritu conciliar. Se impone hacer un esfuerzo ante esta situación que ha cambiado totalmente respecto a la de hace cuarenta y cinco años, pero que no es culpa del Concilio.
La crisis religiosa actual y la libertad de todo tipo han hecho que, hoy en día, creer sea una opción libre y que, por tanto, la educación en la fe sea labor más costosa, porque creer no es una obligación sino una opción. Esto no es culpa del Concilio; al contrario, éste nos ha dado elementos para responder a los profundos y acelerados cambios socioculturales del mundo contemporáneo. El Concilio no debe ser un talento enterrado por miedo conservador.
Sin duda, los resultados del Concilio Vaticano II todavía no son visibles, pero les llegará su hora. El Concilio es rico en nuevos fermentos, en nuevas enseñanzas, abierto al futuro de la Iglesia y de la Humanidad, aunque todavía, cuarenta y cinco años después, parece que al camino iniciado le queda aún mucho trecho para realizarse plenamente.
Uno de los retos actuales, en el marco de la Iglesia del siglo XXI, es seguir descubriendo los espacios creativos y de interpretación dejados abiertos por los documentos conciliares, que todavía impulsan un nuevo estilo de hacer Iglesia en los tiempos actuales. El Concilio tiene todavía muchas cosas que decir, y nosotros que aprender para que fuerzas paralizantes y tímidas no frenen su magnífico impulso de renovación y de vida.
RD
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