(Agustín Ortega).- Ignacio de Loyola, el ser humano y el santo, el místico y el hombre de acción, el pobre humilde y fundador de una las instituciones más significativas de la historia de la iglesia. No hay oposición entre estas diversas facetas de la persona en Ignacio. Al contrario.
Ya que él supo integrar, en una síntesis, lo mejor de un humanismo espiritual, que con sus semillas en la renovación medieval con el movimiento mendicante de Francisco de Asís y Santo Domingo, fue floreciendo entrada la edad moderna con la época del renacimiento. Efectivamente en aquel tiempo convulso, con el surgimiento de la reforma de Lutero y el humanismo de Erasmo o Tomás Moro, Ignacio acogió e integró lo mejor de este humanismo renacentista con lo más fecundo de la espiritualidad cristiana, sin rupturas humanas ni espirituales o eclesiales.
Él fue paradigma de dialogo fe y cultura, de fidelidad mística y comunitaria. En Ignacio se da un crisol de épocas y culturas diversas, donde la tradición bíblica-eclesial y la modernidad se dieron un abrazo fraterno y fecundo que da sus frutos hasta hoy, como veremos.
Ignacio humanista o, diríamos hoy, personalista, sí, que integra el giro antropológico de la modernidad, impulsado de manera decisiva por la fe cristiana, como sucederá asimismo de forma culminante con la ilustración. Y asume éste renovada valoración del ser humano, como el proyecto que Dios tiene para toda persona. Ni más ni menos. Los seres humanos son llamados a la vida y existencia por Dios, para que desde este Don de Dios que vivifica: viva con libertad en la co-responsabilidad adulta y madura de gestionar y hacerse cargo de toda la realidad y de creación. Es decir, unas personas libres y liberadas de las cosas al servicio de los otros, de la humanidad para que cumplan el plan de Dios sobre la historia. Este es el Principio y fundamento (PYF) de su obra clave, los Ejercicios Espirituales (EE 1-10), pedagogía espiritual de lo que fue su experiencia de vida.
En el PYF se muestra claramente este humanismo (personalismo) espiritual de Ignacio. La persona es autor, centro y fin de cualquier cosa o realidad, que está a su servicio y no al contrario. Más es un centro des-centrado a ese proyecto de Dios, que tiene para el mundo de este ser humano, trascendente en las cosas (Zubiri). Las personas se trascienden en la vida y en la historia, donde buscamos, hallamos y encontramos a Dios que habita y trabaja en el mundo. Dios que nos regala su amor, bienes y capacidades de todo tipo para que con nuestras (obras) servicio en el amor, la compartamos con los otros, con toda la humanidad. Así culminan los EE (230-237), con La Contemplación para Alcanzar Amor.
Pero este proyecto de humanismo espiritual, como hemos indicado ya, Ignacio no lo vivió solo. Sino que fue compartido por todo un grupo de personas de una calidad mística muy honda, el conocido siglo (XVI) de oro español. Con personas espirituales de la profundidad de San Juan de Ávila, Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, la Escuela de Salamanca con Vitoria, Soto y Bartolomé de Las Casas, etc. Un proyecto y cultura compartida, que como se muestra en las 4 semanas de los EE y en la mística de dicho siglo: una espiritualidad misionera y encarnada, con una antropología integral en una escuela de la razón y del afecto, del pensamiento y del sentimiento (sensibilidad), del cuerpo y del corazón; en la unión con Jesús y su Humanidad, con el Cristo Pobre y Crucificado, desde y en la vida, en la realidad global. Desde la pobreza evangélica y humildad, en un amor liberador a la humanidad y, en especial, a los pobres. Frente a todo afán (ídolo) de riqueza, propiedad y poder, de injusticia y opresión, donde se compartan la vida, los bienes y la propiedad de una forma fraternal y justa.
De esta forma, la fe bíblica y católica ha asumido el humanismo en su perspectiva encarnada y socio-histórica, profética y crítica-ética. Esto es, el humanismo se realiza desde y con aquellos a los que se les niega en la vida, realidad e historia esta humanización, este ser-humano; es decir, desde y con los pobres (empobrecidos y oprimidos, excluidos), con las víctimas de la injusticia, la desigualdad y la opresión que no permite lo humano, la vida, dignidad y protagonismo del ser humano. Y ello desde la fe y experiencia (mística) de la Revelación de Dios, que en Jesús se hizo Pobre y Crucificado por amor, en la entrega y servicio para que hubiera fraternidad, justicia y paz en la humanidad, desde y con los pobres. Frente a los ídolos del poder, la riqueza y la posesión que esclaviza y sacrifica la vida humana, a los pobres y víctimas.
Como se observa, esta espiritualidad del siglo de oro hereda y renueva lo mejor de la época monástica-patrística y mendicante, y mediará y se actualizará, a posteriori, con las nuevas congregaciones religiosas y sus espiritualidades como las de Vicente de Paúl, A.M. Ligorio o José de Calasanz. Y toda esta veta de la historia de la espiritualidad cristiana e ignaciana: de nuevo se actualizaría y se renovaría en el siglo XX, con los movimientos apostólicos, como los obreros (la JOC o la HOAC), y el Vaticano II, la teología contemporánea o las comunidades eclesiales de base. Y que pudo y puede fecundar, en este sentido, una espiritualidad laical en el compromiso por la justicia, la paz y la transformación del mundo desde los pobres.
Aquí tenemos perspectivas, testimonios y pensadores tan interesantes e importantes, en esta perspectiva humanista y personalista como Cardijn (fundador de la JOC) y Mounier, principal representante de la filosofía personalista. O G. Rovirosa, E. Merino y T. Malagón, promotores de la HOAC en España. Así la HOAC con Rovirosa, que bebió en las fuentes de la espiritualidad ignaciana, ya desde principios de los años 40 del siglo XX promovió, en España, un cristianismo y espiritualidad de encarnación. Con el protagonismo y promoción de los obreros y pobres, contra las injusticias sociales de la dictadura franquista y capitalista de entonces.
Y que frente al nacional-catolicismo en aquella época, fue puente real de dialogo y fe (conversión) auténtica entre los obreros, pobres y gentes de ese tiempo. Con unos planteamientos espirituales, teológicos y pastorales precursores del Vaticano II, que este Concilio y el posterior magisterio de la iglesia consolidarían, en especial con la doctrina social de la iglesia. Un ejemplo paradigmático de la aportación, fecunda e imprescindible, de la fe y el cristianismo a todo este movimiento obrero y social, que influiría decisivamente en otras posteriores experiencias liberadoras, Tales como las comunidades eclesiales de base y la teología latinoamericana, con hombres como G. Gutiérrez , H. Camara o Mons. Romero.
Asimismo, este amor y servicio de la fe que se realiza en la justicia, desde (con) los pobres, es destacado en la identidad y vida contemporánea de la Compañía de Jesús. La inseparabilidad del servicio a la fe y la justicia desde la opción por los pobres, en el diálogo con las culturas y las religiones: es definitoria de la misión actual de los jesuitas. De lo que fueron testigos jesuitas de la talla de T. de Chardin y A. Hurtado, K. Rahner, H. de Lubac y P. Arrupe, o Rutilio Grade, L. Espinal e I. Ellacuría y sus compañeros mártires de la UCA. Ya que esto se encuentra en el corazón de la espiritualidad ignaciana y su tradición e historia: el seguimiento y unión con el Cristo Pobre y Crucificado, para la misión y servicio del Reino con los pobres en el mundo y en la historia.
Lo ignaciano se realiza desde una antropología integral, que abarca lo corpóreo-humano y lo espiritual, lo afectivo y lo teologal. Desde la contemplación en la acción por la justicia y lo activo en la contemplación, buscando, discerniendo y hallando así a Dios en la vida y en todas las cosas, en toda la realidad y creación. Es decir, una vida espiritual desde y con Dios en todas las cosas (servicio y compromiso por la justicia) y todas las cosas en Dios (oración y contemplación desde la vida e historia). Una mistagogía (saborear la trascendencia) en la escuela del corazón, del Amor en Jesús. Para así transformar y renovar toda la humanidad, el mundo y el cosmos en el amor liberador, en la libertad de la pobreza evangélica que ama y sirve a todas las personas. Frente los ídolos de riqueza y el poder que dominan y oprimen. Con un compromiso transformador de las relaciones, cultura y estructuras de mal, de pecado e injustas que realice el bien más universal y global, con sus mediaciones más adecuadas, en la vida, realidad (social e histórica) y en el mundo
Que fecundidad tuvo y tiene este humanismo y personalismo para el pensamiento, la cultura y la sociedad-mundo. Ahí esta también la vida y obra K. Wojtyla (Juan Pablo II) que como han señalado muchos autores se inserta en esta filosofía y pensamiento personalista comunitario, en sus distintas ramas. Con autores como M. Scheler- del que hizo su doctorado en filosofía-, F. Rosenzweig y E. Levinas, los ya mencionados E. Mounier y G. Rovirosa, X. Zubiri e I. Ellacuría...Este personalismo pone el origen, centro y finalidad de toda relación y estructura o sistema: en la persona, en su vida y dignidad; con una base imprescindible en la acción o praxis con sentido e inter-relacional, solidaria, social y transformadora de esta persona en el mundo y en la realidad histórica.
Es una persona que tiene un carácter comunitario y social, que vive y es libre en el servicio, la entrega y responsabilidad con los otros y con la realidad social e histórica. Una personas que sirve y se compromete con la comunidad y con la sociedad, para que se promueva la solidaridad, el bien común universal y de la justicia internacional, frente al individualismo insolidario del neoliberalismo/capitalismo. Este personalismo de Juan Pablo II y Mounier, Rovirosa y Ellacuría: antepone la vida y la dignidad del trabajador al capital, la pobreza solidaria frente a la riqueza; la socialización y justa distribución de los bienes por encima de la propiedad privada; una economía real, ética y humanizadora (personalista) que libera de los ídolos del mercado y del beneficio, de la injusticia de la usura y especulación.
Así, este personalismo ha fecundado y converge con la enseñanza social de la iglesia que considera inmoral tanto a la ideología y sistema del neo-liberalismo, del capitalismo, como también al colectivismo estatalista-stalinista. Ya que estas dos ideologías atentan contra la dignidad y protagonismo de las personas, contra la justicia y libertad real. Más allá de toda ideologización, el personalismo lucha contra todo mal e injusticia, contra toda negación de la vida y dignidad de las personas, venga de donde venga.
Busca la verdad real, ajustarse a la realidad (social e histórica) en la praxis de la justicia liberadora con los pobres. Y promueve el sentido, libertad y felicidad de la persona, que se encuentra en el servicio y entrega de la vida para que haya vida, fraternidad e igualdad en el mundo. Lo que diríamos hoy con ese otro mundo posible, una globalización de la solidaridad, la justicia y la paz, frente a la del capital y la guerra. Solo queda dar gracias a Dios por Ignacio y por todos estos testimonios de humanismo espiritual, para que prosigamos este camino místico, solidario y liberador.
RD