Los padres chinos de una estudiante católica se oponen al embarazo de su hija y al matrimonio con un italiano. Desde hace dos meses ella se esfumó en China
MAURO PIANTAROMA
«Quiero volver a ver a Sofía, quiero saber si el hijo que esperamos está bien y, sobre todo, quiero la verdad: ¿sus padres la obligaron a abortar en China y la convencieron de alguna forma? ¿Por qué no responde cuando la llamo desde hace dos meses?». Son muchas las preguntas que se agolpan en las frases y en la mirada de Martino Novellino, estudiante romano de 25 años que sostiene en la mano derecha la denuncia por la desaparición en China de su novia, Sun Li Ong, mejor conocida como Sofía.
Ella, de 24 años y ciudadana italiana, estudia economía y comercio en la Universidad de La Sapienza de Roma. Le faltan solo tres exámenes y la tesis para obtener el título. Sus padres son los dueños de un restaurante cerca de San Pedro. Sofía es una chica solar, simpática, alegre, apasionada por la fotografía, llena de amigos. El año pasado, gracias a uno de ellos, conoció a Martino. Él es católico practicante, muy comprometido con el coro de su parroquia. Ella, al contrario de sus padres que son ateos maoistas, se comenzó a acercar cada vez más a la fe católica desde hace algún tiempo. Este aspecto habría contibuido al nacimiento de su historia de amor.
En marzo, Sofía descubrió que estaba embarazada. «Al principio –cuenta Martino– no se sentía segura, quería abortar, incluso porque sabía que su familia nunca habría aceptado ese embarazo. Después de una dramática discusión en la que nuestra fe fue fundamental, decidimos tener al niño. Por lo demás, mi familia nos había ofrecido todo el apoyo necesario y yo estaba listo para casarme con ella...»
El padre y la madre de la chica pensaban todo lo contrario. «El señor Sun Hang Pao –recuerda Martino– le sugirió con cierta fuerza que le alcanzara en China para “resolver el problema”, es decir para abortar, dado que, como el embarazo ya tenía más de 12 semanas, no se podía hacer legalmente en Italia».
Sofía se niega. Después, en abril, el padre comienza a mostrarse más disponible. La invita a ir a Shangái en donde, y lo jura, compró departamentos para asegurar un ingreso en vista del nacimiento del nieto. «Sabes, me encuentro mal, me duele el corazón, ven pronto...», le decía durante algunas conversaciones telefónicas. La chica se siente culpable y finalmente decide ir. «El 17 de mayo –cuenta Martino– despegó del aeropuerto de Fiumicino hacia Qingtian, una pequeña ciudad cerca de Shangái. Desde entonces no he sabido nada de ella, ni por teléfono, ni por Skype, ni por correo electrónico: silencio total. Estoy desesperado».
Entonces, el joven se dirigió al Consulado italiano en Shangái. «El padre –respondió el Cónsul– declaró que la hija está visitando a algunos parientes en una ciudad china no especificada, con un nuevo número de celular chino». Pero el padre se niega «categóricamente» a indicar el número a las autoridades consulares. «Es un insulto a la justicia, a los derechos humanos –se enfada Martino–: ¿cuál derecho tiene ese hombre de hacer todo esto solo porque yo soy católico e italiano, mientras que él quisiera que su hija se casara con un chino? No es justo; solo espero que Sofía haya resistido a las presiones psicológicas y no haya abortado».
Mientras tanto, también otros amigos de Sofía presentaron denucnias de su desaparición con el objetivo de lograr que el Consulado italiano denuncie a los padres de la chica por el secuestro de una ciudadana italiana. ¿Será suficiente?
Vatican Insider
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