Sunday, November 01, 2009

Negar a Dios… en los pequeños de Dios


La Shoah –el Holocausto- del siglo XX no fue sólo un intento despiadado de aniquilar a la población judía de Europa; fue también un escarnio a la fe de las víctimas y un desafío al poder de Dios. En realidad, el impío como el necio, siempre han tratado de justificar su impiedad con el silencio de Dios ante la muerte de sus pobres, y con la soledad de los pobres ante el silencio de Dios.

El libro de la Sabiduría lo expresó así:
“Dijeron los impíos: Acechemos al justo que nos resulta incómodo… declara que conoce a Dios y se da el nombre de hijo del Señor… declara dichoso el fin de los justos y se gloría de tener por padre a Dios… Si es el justo hijo de Dios, lo auxiliará y lo librará del poder de sus enemigos; lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura… lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupa de él”.
Y a esa prueba sometimos unos y otros a Jesús de Nazaret:
“Los que pasaban lo injuriaban, y decían, meneando la cabeza: _ ¡Tú que destruías el santuario y lo reconstruías en tres días! Si eres Hijo de Dios, sálvate y baja de la cruz.
Así también los sumos sacerdotes, en compañía de los letrados y los senadores, bromeaban: _Ha salvado a otros y él no se puede salvar. ¡Rey de Israel! Que baje ahora de la cruz y le creeremos.
¡Había puesto en Dios su confianza! Si de verdad lo quiere Dios, que lo libre ahora; ¿no decía que era Hijo de Dios?”.
La Shoah del siglo XX puso sobre la mesa seis millones de razones para probar que los pequeños de Dios no tienen salvación y ¡que Dios no existe!
Ahora a todos nos resulta fácil juzgar y condenar a aquellos examinadores de Dios, pero no nos atrevemos con nosotros mismos, que, cómplices en la muerte e indiferentes a la suerte de millones de seres humanos, continuamos demostrándonos y demostrando a los demás que el pequeño no cuenta, y de paso, interiorizamos ¡que Dios no existe!
Hasta que un día, último, definitivo y justo, descubramos que ese Dios negado, había estado siempre a nuestro lado, Dios pequeño, insignificante y prescindible, Dios hambriento, sediento, enfermo y encarcelado, Dios borracho, drogado y prostituido, Dios sin papeles y sin derechos, Dios carne de patera, carne de naufragio, niño de la guerra, niño sin infancia, niño no nacido.
Entonces unos descubrirán con terror que en los calvarios de los pobres han crucificado a Dios; y
otros sabrán bendecidos que, en los pobres de los calvarios, se han ocupado de Dios y lo han acudido.
“Dichosos los pobres, porque de ellos es el Reino de los cielos”.
+ Fr. Santiago Agrelo Martínez
Arzobispo de Tánger
Siempre en el corazón de Cristo
RD

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