08-Diciembre-2009 Antonio Duato
Hoy es la fiesta más tradicional de la madre de Jesús en España. Tengo que confesar que es una fiesta que he vivido muy intensamente desde mi niñez. La figura real de María y el relato de Lucas con su famoso “fiat mihi”, aceptación audaz y humilde de su destino, han estado inseparablemente unidas a todas las etapas sucesivas en que se ha ido plasmando mi misión personal.
Y sin embargo hoy me siento muy lejos del culto mariano, tal como lo vivió e intenta reimplantar la Iglesia católica. Para no hablar de tópicos, me he leído esta mañana toda la información que envía la oficina de prensa del Arzobispado de Madrid sobre las tres magnas vigilias que se celebraron ayer. He leído la Bendición del Papa, la Homilía del cardenal Rouco y la crónica donde se habla de los que presidieron las tres vigilias (Rouco, Martínez Camino y César Franco) y de los que hablaron en ellas. (Véase en la página sobre la viglia). Todo tiene un tinte ideológico claro, una voluntad de restaurar el catolicismo de la posguerra española, que es cuando empezó estas vigilias el jesuita Tomás Morales, a quien conocí al final de los años cuarenta, cuando iniciaba el Hogar del Empleado. Parece que el mensaje es: o volvemos a eso o se ha perdido en España el amor a la Madre, con lo que acaba perdiéndose España entera.
Evidentemente ahí no me encuentro, lo mismo que tampoco en toda la teología mariana que se ha montado a partir de lo que se cree implícito en Lucas (“llena de gracia”), en el Génesis (“la nueva Eva”) y en el Apocalipsis (“la mujer derrotará a la bestia”). Pero lo que no quisiera es que me quitasen a esa María humana, audaz y discreta, que se me ha ido perfilando en el interior a los largo de años de búsqueda y que no me molesta, sino que me lanaza a la búsqueda y al destino que hoy tengo ante mí.
Serán muchos los que piensen que afrontar con fe la tarea de deshojar el cristianismo recibido, como si fuera una alcachofa, hasta encontrar el núcleo sabroso que cualquier hombre de nuestro tiempo, tengan o no una creencia, puedan saborear, manteniéndose para ello al margen de las autoridades religiosas constituidas, es una audacia prometeica que sólo puede nacer de la soberbia.
Audaz sí que esa tarea que muchas personas emprenden y que ha dado luz a ATRIO, como a otras muchas iniciativas. Pero nada tiene que ver esta audacia con la soberbia de sentirse seguro en sus opciones de fe o llamado a imponer la propia verdad a otros. No queremos que ATRIO sea un grupo de seguidores fanáticos (secta) sino de buscadores auténticos y libres, que, en todo caso, se animan y ayudan en la aventura que cada uno emprende desde lo más profundo de sí y que sólo se puede llevar adelante en soledad.
A mí me ayudó y sigue ayudando en esa búsqueda interior uno que fue profesor de matemáticas y después pastor de alta montaña. De Marcel Légaut ya hemos hablado aquí y os anuncio que a partir de Enero empezaremos un curso con los principales rasgos de su espiritualidad. Lo haremos en conjunto con la Asociación Marcel Légaut, cuya página podéis empezar a visitar.
De Légaut he aprendido a tener fortaleza y audacia en la búsqueda de la propia humanidad y en el discipulado (seguimiento a la llamada de trabajo interior) de Jesús de Nazaret, sin poder estar nunca seguro de que la verdad que surge de los propios descubrimientos y de las opciones de fe personal, aún siendo ineludibles para mí, tengan un valor “general” . Pero si la búsqueda es sincera y auténtica la seguridad es siempre mayor que la que te podrían dar la obediencia pasiva a creencias y doctrinas propuestas por otras autoridades.
Y ahí, en ese fondo de humilde audacia de aceptar el misterio que nos adviene, es donde Légaut y muchos nos encontramos con María que pronunció un humilde “sí” a su misión, sin saber a dónde le llevaría. Y Légaut, nacido en 1900, era más recuperador de antiguos símbolos y oraciones de lo que a veces, aún adolescentes en lo espiritual, somos nosotros. Por eso recupera el Angelus y el Avemaría de esta forma, que era una de sus oraciones preferidas:
Inspirada por Dios,
María concibió en la Esperanza.
He aquí la esclava del Señor,
hágase en mí según tu palabra.
Y Jesús nos nació,
que es nuestro camino.
Alégrate, María,
el Señor está contigo,
bendita eres entre las mujeres
y bendito es Jesús,
fruto de tu ser y de tus entrañas.
María, hija de Israel,
madre de Jesús,
sé, para nuestra fe y nuestra fidelidad,
todos los días de nuestra vida
y en la hora de nuestra muerte.
Amén.
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