Por José María Maruri, SJ
1.- Y vino la palabra de Dios a Juan en el desierto, no en Jerusalén o en Cesarea de Filipo. Allí hay demasiado ruido para que el susurro de la voz de Dios se pueda oír. Vino en la soledad del desierto
Soledad, paz… necesitamos todos para escuchar la palabra de Dios. Con tanta televisión, tanta radio, tanto teléfono móvil, tanta música insufrible, cegamos los oídos y el corazón y es imposible escuchar a Dios, todos necesitamos momentos de soledad, de paz interior.
Y cuántas veces en el mismo interior necesitamos silencio. Cuantas veces, aun hablando con Dios, lo apabullamos con nuestros argumentos filosóficos y conocimientos teológicos. Dios se admira de nuestro saber y se le olvida comunicarnos lo único que Él sabe.
Y no pocas veces son las palabras de los curas las que impiden que Dios se comunique, palabras que en vez de ser tímidas, sencillas, a tono con el susurro de la voz de Dios son trompetería doctísima ante la que el mismo Dios se asusta. Pues esta es la primera conversión que nos pide Juan Bautista: del ruido al silencio
2.- Y creo que no nos vendría mal, o más diría que es absolutamente necesaria otra conversión: del mercantilismo y contabilidad religiosa que fiándose de los muchos actos buenos que hacemos, chalaneamos que Dios, a abandonarse por completo al amor de Dios en que vivimos envueltos.
Como peces en pecera de agua todos vivimos rodeados de esta atmosfera en la que respiramos sin darnos cuenta el aire que por todas partes nos rodea, pues así vivimos envueltos en el amor de Dios sin darnos cuenta que nos envuelve su cariño por todas partes, seamos buenos o malos, porque para Dios no hay nadie malo, sino insolvente, ni bueno, sino querido por Él. Conversión al amor de Dios, jugárnoslo todo a la sola carta del Amor de Dios
3.- Y a propósito de esa primera conversión de que os hablaba, del parloteo al silencio, dice un salmo
El cielo en su silencio proclama la gloria de Dios.
El firmamento proclama la obra de sus manos.
El día al día le pasa su mensaje
La noche a la noche se lo susurra.
Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz
toda la tierra le pasa su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje
El firmamento proclama la obra de sus manos.
El día al día le pasa su mensaje
La noche a la noche se lo susurra.
Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz
toda la tierra le pasa su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje
¿Aprenderemos alguna vez a hablar en silencio? ¿A estar callados con cariño?
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