Sunday, December 06, 2009

La homilía de Ciudad Redonda: Manos a la obra

Adviento es un tiempo muy corto. No podemos pasar mucho tiempo en disposiciones interiores ni en consideraciones previas. Navidad está a la vuelta de la esquina y hay mucho que hacer. Nuestro mundo no es el peor de los imaginables, como a veces nos quieren hacer creer algunos profetas de desgracias. Pero tampoco está todo perfecto. Tenemos una declaración universal de los derechos humanos pero hay mucho trabajo por hacer hasta que pase del papel a la realidad en todas las naciones. Lo mismo se puede decir si miramos a nuestra iglesia. El Evangelio sigue vivo en ella, en nuestra comunidad. Pero todavía hay demasiados intereses egoístas, demasiada política, que hacen que el reino sea todavía una realidad muy lejana.


Hay mucho que hacer. Hay que poner manos a la obra. Hay que levantar una casa para todos, donde nadie quede excluido. Hay que hacer caminos accesibles y fáciles. El Señor viene y no sabemos cómo vendrá. Quizá nos llegue en la figura del minusválido que trata de moverse en una ciudad moderna con su silla de ruedas y descubre que lo que para nosotros es apenas un escalón para él es una barrera insalvable. O quizá nos mire con los ojos de los niños y niñas que trabajan en los basureros de tantas ciudades del mundo pobre. O sea uno de esos niños a los que la vida obligó a empuñar un arma para sobrevivir. O una de esas niñas que desde muy pequeñas han tenido que prostituirse para llevar un poco de pan a su casa.



Preparad el camino al Señor


Hay mucho por hacer. Y hay que poner manos a la obra. Es lo que nos dice Juan, recordando al profeta Isaías:

“Preparar el camino al Señor, allanad los senderos, elevad los valles, que lo escabroso se iguale”. Y todo eso, ¿para qué? La respuesta es clara y la da el mismo Isaías: “Así todos verán la salvación de Dios”.
Hay que poner manos a la obra y con alegría y gozo compartido preparar la casa de todos, la casa de la fraternidad. No es tiempo para andar con duelos. Ante los que profetizan el fin del mundo, nosotros ponemos manos a la obra para construir un mundo nuevo, para tejer relaciones de fraternidad y anudar lazos de amor, de misericordia, de compasión, de reconciliación. Hay que quitarse las ropas de luto, hay que dejar la aflicción y las lágrimas y vestirnos con el esplendor de la gloria que viene de Dios.


Comprometidos en la esperanza

Hay trabajo por hacer. Mucho. Supone compromiso, esfuerzo, dolor, sacrificio. Mucho sudor y algunas lágrimas. Pero ya atisbamos en el horizonte que el Señor viene, que está viniendo, que todos los sinsabores tendrán su respuesta en su presencia gozosa y alegre. Vale la pena el esfuerzo. Vale la pena el trabajo. La palabra de Dios está ahí. Nos ilumina y nos llena de esperanza. Con gozo nos miramos unos a otros y descubrimos hermanos y hermanas con los que compartimos la esperanza y el esfuerzo, el compromiso y la fe. Y vamos levantando ladrillo a ladrillo las paredes de la nueva ciudad. Una ciudad hecha de justicia y fraternidad.
Adviento es tiempo de mirar al horizonte pero con la espalda agachada y curvada sobre la tierra para trabajarla, para amasarla de esperanza y sembrar la semilla que, a su tiempo, dará frutos de justicia. Como dice el salmo responsorial, “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”. Todavía no vemos los frutos, andamos en el duro trabajo de la sementera pero ya sabemos que el Señor nos ha mirado con misericordia y compasión, que ha estado grande con nosotros –lo decimos en pasado porque estamos convencidos de ello desde la fe– y que vale la pena seguir trabajando.
Fernando Torres Pérez, cmf
fernandotorresperez@earthlink.net

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