Hay mucho que hacer. Hay que poner manos a la obra. Hay que levantar una casa para todos, donde nadie quede excluido. Hay que hacer caminos accesibles y fáciles. El Señor viene y no sabemos cómo vendrá. Quizá nos llegue en la figura del minusválido que trata de moverse en una ciudad moderna con su silla de ruedas y descubre que lo que para nosotros es apenas un escalón para él es una barrera insalvable. O quizá nos mire con los ojos de los niños y niñas que trabajan en los basureros de tantas ciudades del mundo pobre. O sea uno de esos niños a los que la vida obligó a empuñar un arma para sobrevivir. O una de esas niñas que desde muy pequeñas han tenido que prostituirse para llevar un poco de pan a su casa.
Preparad el camino al Señor
Hay mucho por hacer. Y hay que poner manos a la obra. Es lo que nos dice Juan, recordando al profeta Isaías:
“Preparar el camino al Señor, allanad los senderos, elevad los valles, que lo escabroso se iguale”. Y todo eso, ¿para qué? La respuesta es clara y la da el mismo Isaías: “Así todos verán la salvación de Dios”.
Hay que poner manos a la obra y con alegría y gozo compartido preparar la casa de todos, la casa de la fraternidad. No es tiempo para andar con duelos. Ante los que profetizan el fin del mundo, nosotros ponemos manos a la obra para construir un mundo nuevo, para tejer relaciones de fraternidad y anudar lazos de amor, de misericordia, de compasión, de reconciliación. Hay que quitarse las ropas de luto, hay que dejar la aflicción y las lágrimas y vestirnos con el esplendor de la gloria que viene de Dios.
Comprometidos en la esperanza
Hay trabajo por hacer. Mucho. Supone compromiso, esfuerzo, dolor, sacrificio. Mucho sudor y algunas lágrimas. Pero ya atisbamos en el horizonte que el Señor viene, que está viniendo, que todos los sinsabores tendrán su respuesta en su presencia gozosa y alegre. Vale la pena el esfuerzo. Vale la pena el trabajo. La palabra de Dios está ahí. Nos ilumina y nos llena de esperanza. Con gozo nos miramos unos a otros y descubrimos hermanos y hermanas con los que compartimos la esperanza y el esfuerzo, el compromiso y la fe. Y vamos levantando ladrillo a ladrillo las paredes de la nueva ciudad. Una ciudad hecha de justicia y fraternidad.
Adviento es tiempo de mirar al horizonte pero con la espalda agachada y curvada sobre la tierra para trabajarla, para amasarla de esperanza y sembrar la semilla que, a su tiempo, dará frutos de justicia. Como dice el salmo responsorial, “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”. Todavía no vemos los frutos, andamos en el duro trabajo de la sementera pero ya sabemos que el Señor nos ha mirado con misericordia y compasión, que ha estado grande con nosotros –lo decimos en pasado porque estamos convencidos de ello desde la fe– y que vale la pena seguir trabajando.
Fernando Torres Pérez, cmf
fernandotorresperez@earthlink.net
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