11 de octubre de 2012. Comienza el año de la fe, convocado por Benedicto XVI para que los creyentes puedan reflexionar sobre la fe (como contenido y como actitud). Hace exactamente 50 años que arrancó la primera sesión del Concilio Vaticano II. De ahí que esta sea la fecha elegida. Porque el Concilio fue la ocasión de que la Iglesia se tomase muy en serio el necesario diálogo con un mundo cambiante. Hoy, cincuenta años después, muchas más cosas han cambiado. Otras permanecen. La fe, cuestionada por unos y abrazada por otros, sigue siendo una dimensión presente en las vidas de buena parte de la humanidad.
Hay quien dice que la fe es el refugio de los débiles para no afrontar la dureza de la existencia. Tal vez, en algunas circunstancias, haya sido para las personas y los pueblos una forma de alivio, de refugio y de evasión. Pero hoy en día creer no te hace la vida más fácil. Quizás, al ayudarte a encontrar sentido, permite caminar con una dirección, y ayuda a elegir en las encrucijadas de la vida. Pero eso no nos evita la incertidumbre, el vértigo y las eternas preguntas que nos muerden. No nos protege de la búsqueda, ni nos saca de las intemperies. De hecho, a menudo nos complica la vida. Pero no se trata de elegir el camino más fácil o el más difícil, sino el que creamos más auténtico.
Lo que está en juego, cuando hablamos de la fe, es el intento de comprender nuestra verdad más profunda, la de cada persona, la de la humanidad y la de este mundo. Tal vez es un objetivo demasiado ambicioso, pero ojalá este año sea tiempo para la hondura y la formación; tiempo para tomarnos en serio, todos, lo que significa creer; tiempo para dudar y hacernos preguntas; tiempo para intentar comprender las grandes afirmaciones de nuestro credo; tiempo para traducir, y hablar con un lenguaje que no parezca atascado en el siglo XIII. Es tiempo de buscar. Busquemos, pues.
Ender
pastoralsj
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