"Las luchas de poder acabaron por paralizar el Concilio"
Juan Pablo II y su sucesor Benedicto XVI
son "papas restauradores"
Obispos valientes, un papa abierto a las reformas y la disposición a un diálogo abierto: cuando el teólogo suizo Hans Küng llega a Roma en 1962 para participar en el Concilio Vaticano II, se muestra fascinado por el espíritu abierto de los pastores de la Iglesia católica.
"Los obispos deseosos de reformas se dieron cuenta de repente de que hay otros que piensan igual que ellos. Era asombroso el cambio que eso suponía", recuerda Küng, de hoy 84 años, en conversación con la agencia dpa en la ciudad alemana de Tubinga.
Sin embargo, rápidamente se desató una lucha de poder entre los obispos de las Iglesias locales que pedían cambios y los representantes conservadores de la curia romana, afirma Küng. Eso acabó por paralizar el concilio, indica.
Küng, quien tenía 34 años al comienzo de la gran asamblea de más de 2,000 obispos, participó en el conflicto como asesor del entonces obispo de Rotemburgo, Joseph Leiprecht. En sus escritos, ya antes del concilio, Küng abogó por cambios sustanciales en la Iglesia católica, tales como la abolición del celibato para los sacerdores y una reforma de la curia romana, exigencias que generaron un fuerte rechazo.
"Por ello estaba muy escéptico cuando viajaba en mi Volkswagen rumbo a Roma. Y tampoco me hacía mucha gracia tener que pasar semanas con mi uniforme, mi talar", afirma Küng, señalando que por ello le resultó impresionante ver a obispos oponerse abiertamente a la política conservadora de la curia vaticana.
Pero la lucha de poder entre los reformistas y los continuistas se decantó pronto a favor de los conservadores. "Esta minoría tenía el aparato en las manos", explica Küng. En su opinión, el papa Juan XXIII estaba abierto a las reformas, pero no logró imponerse frente a sus colaboradores en la curia.
"Cedió demasiadas veces", lamenta el teólogo, catedrático de la universidad de Tubinga y quien a través de su Fundación Ética Mundial aboga por una relación pacífica entre las naciones y las religiones.
El entonces joven profesor no tuvo ocasión de hablar en el concilio, lo que estaba reservado a los obispos. "Pero nosotros, los teólogos conciliares, escribíamos los discursos de los obispos. El idioma del concilio era el latín, pero la mayoría de los obispos no lo hablaban bien. Así, ganamos una influencia considerable".
Entre 1962 y 1965, los participantes del concilio se reunieron cuatro veces durante varias semanas. Al final, se consiguió mucho, se muestra convencido Küng. Como ejemplos cita la introducción de la misa en idiomas nacionales, el análisis crítico de la Biblia y la apertura a otras religiones.
"Era de repente una Iglesia completamente diferente a la de antes del concilio", afirma. Muy a pesar de fuerzas conservadoras en la Iglesia que desde entonces intentan revisar las decisiones del concilio, opina Küng, para quien Juan Pablo II y su sucesor Benedicto XVI son "papas restauradores".
Küng cree que un Concilio Vaticano III podría mover mucho, tan sólo porque los obispos de todo el mundo se reunirían de nuevo y podrían ver cuántos de ellos desean una modernización de la Iglesia. "Pero tan sólo por ese motivo el papa no convocará ningún concilio en un futuro previsible", teme el teólogo.
(Rd/Agencias)
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