En su primer discurso en Polonia, Francisco se dirige a las autoridades del país: se necesita «un suplemento de sabiduría y de misericordia, para superar los miedos»
«Hace falta disponibilidad para acoger a los que huyen de las guerras
y del hambre». Papa Francisco acaba de comenzar su viaje a Polonia. La
primera etapa es en el sugerente escenario del castillo de Wawel, el
palacio real que, además de la catedral, es uno de los símbolos de la
identidad del país. Recibido por el joven presidente Andrzej Duda, elegido
el año pasado, el Papa saludó a las autoridades políticas y académicas, y al
cuerpo diplomático en el patio del Palacio. Y dirigió una invitación al país:
acoger a los migrantes y refugiados.
En su discurso de bienvenida, Duda citó al Papa San Juan Pablo II y
expresó la esperanza de que Francisco transmita y ofrezca todo el bien
que el mundo y la humanidad necesitan.
«Es la primera vez que visito la Europa centro-oriental y me alegra comenzar
por Polonia –dijo Papa Francisco–, que ha tenido entre sus hijos al inolvidable
san Juan Pablo II, creador y promotor de las Jornadas Mundiales de la
Juventud. A él le gustaba hablar de una Europa que respira con dos
pulmones: el sueño de un nuevo humanismo europeo está animado por el
aliento creativo y armonioso de estos dos pulmones y por la civilización
común que tiene sus raíces más sólidas en el cristianismo».
El Papa continuó recordando que Wojtyla, «cuando hablaba de los pueblos,
partía de su historia para resaltar sus tesoros de humanidad y
espiritualidad». Y después reconoció que «la conciencia de identidad,
libre de complejos de superioridad, es esencial para organizar una
comunidad nacional», refiriéndose a los recientes festejos por el 1050
aniversario del bautismo de Polonia.
«No puede haber diálogo –añadió Bergoglio– si cada uno no parte de su
propia identidad. En la vida cotidiana de cada persona, como en la
de cada sociedad, hay, sin embargo, dos tipos de memoria: la buena y la
mala, la positiva y la negativa. La memoria buena es la que nos muestra
la Biblia en el Magnificat, el cántico de María que alaba al Señor y su
obra de salvación. En cambio, la memoria negativa es la que fija
obsesivamente la atención de la mente y del corazón en el mal, sobre
todo el cometido por otros».
«Al mirar su historia reciente –dijo Bergoglio–, doy gracias a Dios
porque han sabido hacer prevalecer la memoria buena: por ejemplo,
celebrando los 50 años del perdón ofrecido y recibido recíprocamente
entre el episcopado polaco y el alemán tras la Segunda Guerra Mundial».
El Papa también mencionó, entre los ejemplos de esa «buena
memoria», la declaración conjunta entre la Iglesia católica de Polonia y
la Iglesia ortodoxa de Moscú: «un gesto que dio inicio a un
proceso de acercamiento y hermandad». «La noble nación polaca
muestra así cómo se puede hacer crecer la memoria buena y dejar
de lado la mala». Por ello, se exige una firme esperanza y confianza en
Dios, «que guía los destinos de los pueblos, abre las puertas cerradas,
convierte las dificultades en oportunidades y crea nuevos escenarios
allí donde parecía imposible».
Los desafíos del momento, continuó Bergoglio, «el valor de la verdad
y un constante compromiso ético, para que los procesos decisionales y
operativos, así como las relaciones humanas, sean siempre respetuosos
de la dignidad de la persona. Todas las actividades están implicadas: la
economía, la relación con el medio ambiente y el modo mismo de
gestionar el complejo fenómeno de la emigración».
El Papa sabía que estaba tocando un argumento particularmente sensible
en este país. Por ello invitó a «un suplemento de sabiduría y misericordia
para superar los temores y hacer el mayor bien posible», teniendo en
cuenta a quienes abandonaron Polonia y quieren regresar, a quienes
escapan de conflictos y de la miseria. «Se han de identificar las causas
de la emigración en Polonia, dando facilidades a los que desean regresar.
Al mismo tiempo –subrayó–, hace falta disponibilidad para acoger a los
que huyen de las guerras y del hambre; solidaridad con los que están
privados de sus derechos fundamentales, incluido el de profesar libremente
y con seguridad la propia fe. También se deben solicitar colaboraciones y
sinergías internacionales para encontrar soluciones a los conflictos y las
guerras, que obligan a muchas personas a abandonar sus hogares y su patria».
Para concluir, Papa Francisco dedicó un pasaje a la defensa de la vida,
recordando que «la vida siempre ha de ser acogida y protegida —ambas
cosas juntas: acogida y protegida— desde la concepción hasta la muerte
natural, y todos estamos llamados a respetarla y cuidarla». Acoger y
tutelar significa no concentrarse solo en la grave plaga del aborto, en el
centro del debate político polaco durante los últimos meses, debido a la
propuesta de ley para reducir la normativa que actualmente lo permite en
caso de riesgos para la vida o la salud de la madre, de exámenes prenatales
que indiquen graves e irreversibles patologías o de embarazos que son
fruto de violencia o incesto. Significa tutelar la vida, incluso después
del nacimiento, durante todo su desarrollo.
«Es responsabilidad del Estado, de la Iglesia y de la sociedad –afirmó
Francisco– acompañar y ayudar concretamente quienquiera que se
encuentre en situación de grave dificultad, para que nunca sienta a un
hijo como una carga, sino como un don, y no se abandone a las
personas más vulnerables y más pobres».
Vatican Insider
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