Hace unos años, desde unos andamios altos a los que había que subir gateando, me llegó el saludo, gritado con fuerza: ¡Hola, compañero!
Era la voz inconfundible de Mariano Puga, allá junto a un ventanal de un cuarto piso, el párroco de La Legua estaba hecho un obrero pintor que repartía colores y saludos en una calle de la capital de Chile.
Ahí estaba, con una brocha en la mano y los pantalones y la camisa hechos un arcoíris; Mariano Puga, nacido en las comodidades de la oligarquía, ex cadete de la exclusiva Escuela Militar, ex estudiante de arquitectura, y en ese momento cura de una de las poblaciones combativas de Santiago.
Hoy día, con 83 años y la misma sonrisa, las mismas sandalias gastadas, las mismas manos grandes y huesudas, el cura obrero se va cada año a las islas chilotas para ayudar en la evangelización de esos pobladores, para apoyarlos en su crecimiento como cristianos y alentarlos en sus luchas como ciudadanos: organización de los pescadores para enfrentar a la malévola Ley de Pesca que favorece a siete familias de industriales y deja a las pequeñas embarcaciones en la indefensión.
Ha sido interesante la vivencia personal de Mariano Puga. Interesante y ejemplar. Sin embargo, en las escuelas formativas del clero, en los seminarios, muy pocas veces lo han invitado para que contagie con su palabra y su ejemplo a las nuevas generaciones. Pareciera que se tuviera temor: sacaría a los que se preparan para el servicio clerical de sus elucubraciones metafísicas y sus apostolados de sacristía. Mariano les enseñaría a usar el acordeón, a celebrar la misa con pan amasado que hacen las mujeres pobladoras y con vino de la bodega del italiano, a compartir la Palabra en diálogo abierto, a aprender que en la eucaristía es tan importante el abrazo como la comunión: porque, según la fe, la presencia real aunque misteriosa de Cristo se da tanto en el altar como en la persona del hermano.
¿Qué llevó a Mariano a pasar de la comodidad a la aventura?
El mismo lo cuenta: fue, en primer lugar, el conocimiento de la miseria que vivía una parte de la población. Sus primeros contactos con esa realidad fueron en Zanjón de la Aguada. En una entrevista de Roberto Farías, en una revista para la burguesía, el cura recordó ese tiempo:
–“Era la peor miseria que había visto. La gente construía sus casas con latas y cartón y vivía hacinada en el barro. Vi a niños comer de la basura. En medio de las heces del Zanjón, que corría llevando la mierda de todo Santiago. Nos hincábamos y los chinches se nos subían por las piernas. ¡Tenía 19 años!
Mientras la pastoral de la Universidad rezaba para que no hubiera pecado en las fiestas mechonas, Mariano Puga reclutaba voluntarios para ir al basural”.
Era una verdadera conversión. Porque él había vivido hasta entonces en una burbuja de cristal. Lo anota Roberto Farías:
-“Su padre, ex embajador y senador, fundador del Partido Liberal, tenía en Los Ángeles un palacete de estilo francés, con viñas, prados, laguna y una colección de carruajes ingleses. Su madre, Elena Concha Subercaseaux, era heredera de las viñas Concha y Toro y creció en la casona estilo chantilly frente al Teatro Municipal. Le dieron una educación anglófila en el colegio The Grange. Antes que fútbol aprendió a jugar rugby y cricket. Para el cumpleaños de su padre, se reunían todos los hermanos y le daban un concierto de chelo, piano y flauta traversa”…
Al conocer la miseria y comprobar que era un padecimiento impuesto por un sistema diabólico, por lo injusto y egoísta, Mariano hizo un compromiso con su vida: dejar los oropeles y el poder y ponerse junto a los que debían luchar por salir de su postración. Eso lo llevó a convertirse, en los años trágicos de la dictadura militar que asoló el país entre 1973 y 1990, en un icono de la resistencia pacífica pero elocuente: así encabezó las marchas y las protestas que fueron minando el sistema dictatorial.
Siempre buscó vivir con la libertad de los hijos de Dios. Aunque eso le trajera problemas con las autoridades del gobierno, de la iglesia, de los dueños del país. Y ante el panorama de una sociedad en la que el interés y el lucro desclasan a los arribistas, él hizo el camino a contrapelo: también dejó su clase burguesa y su iglesia acomodada, para salir a vivir entre la gente marginada y anunciar desde allí la liberación.
En este tiempo de su plenitud ha tenido el gozo de ver en el papa Francisco algo en que siempre había soñado: un obispo de Roma al que se puede trata de tú (o de vos, en este caso), un hombre rupturista que trata de poner más sencillez que parafernalia en su servicio pastoral (aunque el sistema monárquico del Vaticano le imponga algunas exigencias ñoñas y anticuadas); un hombre que puede dialogar sin imponer, sanar heridas en vez de provocarlas; un pastor que despierta, entre sus mismos pares en los obispados del mundo, cierta admiración más que imitación, y causa temor entre quienes desean mantener sus privilegios.
Al respecto dice Mariano: “me pregunto qué gestos han hecho los obispos de Chile para corresponder a los actos del Papa ante los pobres. Admirarlo y no imitarlo huele a hipocresía”.
El periodista Rubén Andino, en la edición Nº 856 del quincenario “Punto Final”(www.puntofinal.cl) escribe: “el cura Mariano Puga afirma que las elites chilenas están como en Pompeya antes de la erupción del Vesubio. Todos felices, viviendo la abundancia del poder económico y político que detentan en una especie de paraíso, sustentado por un sistema que ha resultado ser magnífico para excluir a millones en beneficio de una ínfima minoría. Dice Mariano: “(Existe) una concentración de poder económico; las multinacionales sobrepasan a los poderes políticos locales y a los gobiernos, que son monigotes de los grandes sistemas mercantiles. Pocos se atreven a resistir a estos consorcios que se apropian desde el agua hasta las conciencias”.
En opinión del cura obrero, en la misma iglesia se puede ver tres tipos de corrientes: unaconservadora, que no tiene mucha voz pero sí mucho poder; otra transformadora, que trata de adecuarse como puede a los tiempos actuales; y una liberadora, que ahora está encabezada por el papa Francisco.
Y mientras, Mariano hace estas afirmaciones, ya está preparando lo indispensable para una nueva salida misionera: ha inventado “la misión circulante”, que lo hace recorrer las islas de Chiloé, alojando en cualquier casa humilde y compartiendo el pan amasado con las manos de las mujeres del pueblo.
Muy lejos le queda ahora su educación en un colegio inglés.
Mas bien lo retrata la anécdota vivida cuando era obrero pintor en una construcción. Una vez se puso a descansar bajo los andamios y se quedó dormido. Al despertar vio que sus compañeros le habían colocado un tarrito y un letrero que decía: “una limosna para este pobre hombre”. Se había juntado una pequeña cantidad con la que invitó a sus amigos obreros a tomar una cerveza…
Así es este cura distinto, generoso, libertario, apostólico. Con razón, en una celebración litúrgica en su población proletaria de Villa Francia, alguien gritó con fuerza: ¡Grande, Mariano, no te mueras nunca!
José Agustín Cabré, claretiano
El Catalejo de Pepe
RD
José Agustín Cabré, claretiano
El Catalejo de Pepe
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