La situación general del mundo y, en particular, la situación política, social y religiosa de España me están invitando a reflexionar y a plantearme algunos interrogantes: ¿Cómo enfrentar la situación actual? ¿Cuál es la estancia desde la cual afrontarla? ¿A caso es algo que con el tiempo se mejorará? ¿Es que no hay solución posible? ¿Tal vez haya quien piense que no es tan grande como algunos piensan?…
Pongo mi atención en el campo político, porque es algo que nos afecta más a toda la ciudadanía.
La situación política, en el momento que escribo, parece que pueda darse pasos hacia un posible entendimiento, no digo pacto, entre partidos afines. Pero me parece intuir que hay un rumor de fondo de disconformidad en la ciudadanía, aunque ese malestar tenga una gama muy amplia de motivaciones, desde el que no ha votado por estar harto de la política; los que se rebelan de los resultados de las elecciones del 26j, hasta los respectivos partidarios de las diferentes posiciones políticas, si bien no lo manifiestan claramente, pues como es habitual después de unas elecciones todos los partidos han ganado, aunque hayan perdido votos; no deja de ser curioso, por no decir patético dicho espectáculo.
Mi disconformidad con la situación política viene de lejos. Llevo planteándome desde hace tiempo algunas cuestiones: ¿es posible que el poder pueda servir?, con otras palabras, si todos los partidos políticos declaran que su finalidad es lograr el poder para gobernar, me pregunto ¿ese poder es para servir al pueblo o para imponer sus opciones políticas? Sí, ya sé que alguien me va a decir, que los partidos son los cauces de participación ciudadana. Los ciudadanos eligen libremente el partido o los partidos para que dirijan y administren el bien común.
Sigo preguntándome, no afirmo, pero si uno tiene la oportunidad de tener información del funcionamiento de los partidos, comprende en seguida que cuando los partidos logran alcanzar poder, es decir, triunfan en las elecciones entonces las aguas bajan más o menos calmadas, pero dicha tranquilidad no nace de que se esté realizando el programa que se proponía, sino de la distribución de las cuotas de poder que se reparten entre los más cercanos a la cúpula del partido. Uno comprende, no se necesita mucha imaginación, la de presiones que se dan para estar en esa élite. Por el contrario los partidos perdedores de las elecciones, total o parcialmente, es un rosario de congreso, de dimisiones, de reproches… Uno se atrevería a decir muchas cosas, pero la reflexión que comparto, no pretende juzgar, ni reprochar, simplemente pensar en voz, lo que sin duda me ayuda a tomar conciencia de la situación.
Pienso que esta dinámica de la busca de poder no se da solamente en el ámbito de la política, se da también en otros muchos aspectos de la vida social, cultural, religiosa, también de la religiosa, que conozco por propia experiencia.
Creo que allá donde hay un grupo humano, desde que la humanidad se hizo sedentaria, hay que administrar los bienes, coordinar las relaciones humanas de personas, grupos, entidades y un largo etc., tiene que haber unos que administren en representación de otros…
¿Qué hacer para que no cunda el desánimo, la indiferencia, la acusación, la condena, la descalificación? Creo que hay que preguntarse ¿dónde está el punto central en esta cuestión? ¿Cuál es la llave que puede abrir una puerta a la esperanza? En definitiva ¿Cuál es la estancia desde la que se puede afrontar la situación? ¿A qué nivel se tiene que actuar para que cambie esta situación? ¿Hay que dejar en manos de los políticos, o acaso en las de un consejo de sabios independientes…?
La respuesta se sitúa evidentemente en varios niveles. Pero estoy convencido que es el individuo -cada individuo, usted, yo- quien detenta hoy la principal llave de la resolución de la problemática antes aludida.
Mientras las sociedades tradicionales el individuo estaba sometido a una serie de normas y formas que le venían impuestas. Con la modernidad, se da un giro copernicano, al poner al individuo en el centro y por encima de todo. Desde ahí, es decir del siglo XVIII y hasta mediados del XX, el principal objetivo fue ofrecer a los individuos los derechos fundamentales para permitirles vivir en dignidad. De ahí va a surgir el acontecimiento de la democracia y de los derechos humanos, el fin de la esclavitud y de las segregaciones raciales, el acceso gratuito a la salud y a la educación, el derecho a trabajo y el sindicalismo, la emancipación progresiva de la mujer, etc.
Ahora, en la era de la globalización, resulta que a quien menos se tiene en cuenta es al sujeto-individuo, que ha sido sustituido por un voto, simple y llanamente un voto. ¿Dónde queda la dignidad, la responsabilidad, la participación… solamente con emitir un voto? ¿La ciudadanía se puede conformar con ver el debate sobre cómo y quiénes van a realizar la gobernanza, quedando como simples espectadores de la casa común, algo que nos afecta a todas las personas por igual?
Conste que cuando digo individuo, quiero decir persona, que piensa, siente, se relaciona, decide y sobre todo su coherencia entre lo que dice y lo que hace, entre lo que es y lo que propone. Es más creo que la persona-individuo es el único capaz de cambiarse a sí mismo, nadie puede cambiar a otra persona. Es por eso que cualquier situación política, social, religiosa que se quiera renovar o cambiar tiene que tener esto muy presente: Solo si transforma la persona, podrá transformarse la situación, el grupo, la institución. Pero igualmente hay que tener presente que toda propuesta renovadora, sea política, o religiosa, o cultural está condicionada a que esté avalada por la transformación de las personas que la proponen, de lo contrario no será real y efectiva.
Así lo creo y así estamos empeñados en nuestro humilde servicio, en crear condiciones para que las personas vivan la experiencia de asumir su vida cotidiana, que está por encima de toda instancia política, social, cultural, religiosa. Esa toma de conciencia de la cotidianidad compartida con otras personas nos está ayudando a no ser un simple espectador de lo que sucede en la sociedad, en la política, en la Iglesia y a que nuestras propuestas nazcan desde lo vivido.
Espero y deseo vivamente que se creen cauces adecuados para el diálogo, la cooperación para facilitar esa transformación personal que a su vez es transformadora, de otra forma creo que no habrá “progreso”, “ni una sociedad mejor”…
Movimiento por un mundo mejor
RD
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