No hay uno igual a otro, porque cada lugar es diferente, ni hay una sola manera de hacerlos, ni de pensarlos.
Están los castillos de naipes, hechos por quien desea ver los resultados pronto. Y es cierto, los resultados llegan pronto, en seguida se ven varios pisos hechos. Y son bellos, porque la ligereza de los naipes generando estructuras es bella, ese equilibrio es bello. Y son reales, porque no son castillos de humo, sino de naipes, y quien los hace tiene que ingeniárselas para que no se caigan. Pero son frágiles, al mínimo problema se vienen abajo. Una brizna de viento, un movimiento en falso de quien construye, o una ola del mar si son de arena... dificultades bien posibles, que acortan la vida del castillo.
Está también el que tiene un proyecto ambicioso para su castillo. Y prepara unos cimientos para algo grandioso. Se aferra a las seguridades, y hace de ellas su propósito, todo son basamentos y apoyos. Se pasa la vida preparando el terreno, y cuando llega el tiempo de resumir, no tiene nada donde cobijar, donde defenderse, no hay más que piedras esperando.
Y está quien vive en la tensión entre la seguridad y el salto al vacío, entre poner los pies en el suelo firme y cerrar los ojos a lo que venga. El que construye a base de prueba y error, sobre la marcha, y vuelve a intentar, y poco a poco van saliendo las torres, las almenas, y pronto su castillo es hogar y refugio para otros, para otras manos que también ayudarán a construir. Y entonces tiene entre las manos algo sólido. Quizá base para otros castillos de naipes, quizá para otra torre esbelta...
Miguel
pastoralsj
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