La manifestación del 17 de octubre contra la reforma de la Ley del Aborto escenificó la postura de rechazo de una parte numerosa y significativa de la ciudadanía española ante el inminente cambio legal impulsado por un fuerte sector ideológico del PSOE. El éxito de la convocatoria estribó en su carácter festivo, aglutinando voces que, por razones diversas, consideran que la reforma no cuenta con el suficiente respaldo ciudadano y que se ha hurtado el debate previo que este tipo de reformas necesita por tocar fibras delicadas de la ética y de la conciencia, más allá de la ideología partidista. Una postura importante que Rodríguez Zapatero no debería ridiculizar ni infravalorar y que le llevará a un cambio de estrategia política.
La manifestación contó con un respaldo de clases medias del centro y de la derecha. Incluso hubiera contado con un mayor respaldo de cierto perfil de izquierdas si no hubiera cundido el miedo de convertirse en una protesta contra la política general del Gobierno socialista por parte del Partido Popular, y si los aparatos orgánicos del PSOE no hubieran amordazado a sus militantes descontentos con el silenciamiento al que se les ha sometido en el seno de un partido que usó como anzuelo de voto el hecho de que en su programa electoral no figurara la reforma legal en ciernes.
La manifestación ha puesto en un brete a políticos socialistas, populares e, incluso, a los grupos nacionalistas, que tendrán que decir algo antes de ofrecer o retirar apoyos sustanciales para sacar adelante la reforma de la Ley. Sus miradas tienen la caducidad del periodo electoral. Los distintos aparatos orgánicos tendrán que evaluar y cambiar sus estrategias ante la avalancha del pasado sábado. El PSOE, empecinado en la reforma, ha ahogado la voz del sector cristiano del partido que busca enriquecer el debate con aportaciones que representan posturas moderadas, progresistas, abiertas, en donde se contempla un mayor debate en algunos aspectos de la reforma. También el PP necesita escuchar a esa mayoría de su electorado que el sábado pedía la derogación de una Ley que el Gobierno de Aznar no se atrevió a llevar a cabo. El debilitado partido de la oposición mostraba un rostro desenfocado y diluido en un mar de incongruencias que les pasará factura, pese a la extraña presencia en la manifestación del ex presidente que no se atrevió derogar la Ley. Por otro lado, los nacionalistas cristianos de PNV y CiU no pueden hacer mutis por el foro y ver los toros desde la barrera.
La manifestación del sábado deja un saldo claro de división política, un sabor amargo en quienes acudieron a las urnas y ahora ven manipulado su voto y deja la imagen de un Gobierno que, para sacar adelante la reforma de la Ley, ha actuado de forma torpe y apresurada.
La Iglesia queda como estaba, fortalecida por una amplia mayoría social. Al Episcopado español, cauto y prudente, le ha correspondido, una vez más y sin fisuras, recordar la doctrina sobre la defensa de la vida, alentando a la asistencia, buscando nuevos cauces para defender la vida siempre y de las formas más variadas
Vida Nueva
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