Por Javier Leoz
La fiesta de Todos los Santos nos invita a mirar a todo ese inmenso mosaico de santos que, no sólo la Iglesia, sino a luz de la Palabra de Dios o de su voluntad, intentaron pasar por la vida –incluso sin ser conscientes de ello- haciendo el bien.
1.- Flaco favor haríamos a esta festividad si, tan sólo, nos fijásemos en los santos de primera división. Mejor dicho; qué pena sería que dividiésemos entre santos de primera, de segunda o tercera. En este día no solamente exploramos las almas de los grandes, también nos dejamos sobrecoger y admirar, impactar y embelesar por esas otras vidas de miles de almas modestas que vivieron con ilusión, valor, coraje y optimismo el mensaje de las Bienaventuranzas.
Nosotros, y muchos de los que nos han precedido, no estamos muy lejos de los grandes ideales que llevaron a cabo los santos. Unos, reconocidos, han sido elevados a los altares. Otros, sin reconocer, sin saberlo ellos pero intuyéndolo muchísimos hombres para los que fueron reflejo del amor de Dios, son santos “súbditos “. Su testimonio, su buen quehacer, su constancia en el camino del evangelio dejaron una huella impresa con olor a santidad.
2.- Y es que, la festividad de Todos lo Santos, nos anima a ponernos en línea y no a la cola. Podemos ser santos; en las pequeñas cosas de cada día; con el rocío de las Bienaventuranzas; siendo humildes y, viendo que la Gran Santidad de Dios, bajó del cielo y entró a la tierra por la puerta pequeña de Belén.
--¿Seremos incapaces de comprender que podemos ser santos aún en medio y a pesar de nuestra mediocridad?
--¿Qué no llegaremos al misticismo de Santa Teresa de Jesús? ¿Qué nuestro recorrido no será tan valiente o intrépido como el de San Francisco Javier?
--¿Que, nuestro amor y servicio, se quedará a años luz del testimonio radical de Vicente de Paúl o Teresa de Calcuta? ¿Y?
--¡Hay que intentarlo!
3.- No podemos quedarnos en un lamentarnos por no poder llegar a tanto. No podemos
pretender conquistar el cielo haciéndonos a la idea que, en vez de por la puerta grande, lo haremos por la puerta de servicio. Cada uno, en lo suyo, puede santificarse. Con sus virtudes y defectos, con su carisma y con sus pecados, con su inteligencia y hasta con su pereza. ¡Hay que pretenderlo! El enemigo de la santidad es el abrazo permanente a la mediocridad. Pero, el paralizante de la santidad, es pensar que los santos son una realidad tan superior a nosotros que es imposible de alcanzar.
4.- Dios, que es Santo, ha diseminado millones de semillas de santidad a lo ancho y largo del mundo. Todos, en alguna ocasión, nos hemos dado de frente con alguna persona que, al marcharse, nos ha llevado a afirmar: “ésta persona era buena” “aquella no tenía nada suyo” “supo guardar silencio” “su lucha fue la justicia” “su ejemplo fue su palabra” “era un/a hombre/mujer de Dios”.
5.- A mí, para dar con un santo, no me hace falta recurrir al santoral o buscar en el año cristiano. Todos los días, en cualquier esquina, en muchos acontecimientos que ocurren a mi alrededor, me doy cuenta que Dios sigue tallando santos de carne y hueso. Hombres y mujeres que le aman, y se nota. Almas que, sin hablar, se dedican en cuerpo y alma a los más pobres. Personas que, sin mucha cultura pero con mirada afable, me dicen que la bondad es un milagro permanente capaz de cambiar la tristeza en alegría, el odio en amor y la incredulidad en fe.
Sí, amigos. No podemos celebrar esta festividad de Todos los Santos ciñéndonos tan sólo a aquellos que consideramos que son de primera. También nosotros, cristianos mediocres o pecadores, podemos dar razón de nuestra esperanza.
La festividad de Todos los Santos nos anima a ser optimistas. A mirar hacia el cielo. A seguir en la carrera sin olvidar que, Jesucristo, es quien nos ofrece 8 puntos, para la santidad, llamados bienaventuranzas.
6.- GRACIAS, POR SER DE LOS NUESTROS
No nacisteis ni vivisteis permanentemente en el cielo,
pero, en este día, nos infundís ánimo para creer y esperar
o amar y soñar con los pies siempre en la tierra.
Gracias porque, siendo santos, sois de los nuestros
Formados en carne y hueso, llorasteis y soñasteis
o, caminando por los senderos de nuestro mundo,
supisteis siempre apostar por la plenitud de Dios
siendo sembradores de la justicia y de la paz
Y, por ello, habéis llegado a vuestro triunfo
A la Gloria que Dios os tiene preparada
Al trofeo que reluce más que el oro y la plata
A la felicidad que por siempre permanece viva
Gracias porque, siendo santos, sois de los nuestros
Ejerciendo de padres o madres, profesores o sacerdotes,
Papas u Obispos, obreros o labriegos,
amas de casa o religiosos contemplativos
niños o ancianos, jóvenes o consagrados,
abuelos o empresarios, pobres o ricos
luchasteis con vuestro propio temperamento
por hacer de vuestra vida y con vuestra existencia
un canto al amor y a la esperanza
Bendecimos y festejamos vuestra memoria, Todos los Santos,
Hombres y mujeres que, siendo débiles como nosotros,
no os conformasteis con vivir mirando siempre hacia abajo
Quisisteis construir debajo de vuestros pies
el cielo que tuvisteis sobre vuestras cabezas.
Gracias, por haber pertenecido a nuestras familias
Por haber sido de nuestra raza y no extraterrestres
Por haber sido humanos y, a la vez, tan divinos
Por haber pasado de la tribulación al gozo eterno
Por ser fieles en vuestra fe hasta el final de vuestros días
Por interceder para que, nosotros, sigamos en el combate
en ese camino que, Cristo ofrece a todos sus amigos
a todos los que desean triunfar como Dios propone y gusta.
Gracias porque, siendo santos, nos recordáis
Que fuisteis como nosotros….de los nuestros
Que es posible…ser santo
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