“El cristianismo es una red social. Ser cristiano significa pertenecer a una Iglesia y contrbuir a que la vida de esa comunidad sane y permanezca sana” (Franz Jalics)
17 de julio, domingo XVI del TO
Lc 10, 38-42
Marta se afanaba en múltiples servicios. Hasta que se paró y dijo: Maestro, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en esta tarea? Dile que me ayude.
Abrahán acoge al Señor hospedándole en su casa, como hombre necesitado de techo, y le proporciona alimento: “No pases de largo junto a tu siervo”. Dios recompensa su hospitalidad con el don de la vida: un hijo para Sara (Gn 18, 1-10). Y el Salmista pregunta:“Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?”(Sal 15, 1). Lucas nos dice en su evangelio que Marta y María, hermanas de Lázaro acogieron a Jesús en su casa, y que la hospitalidad pide servicio y escucha. Una acogida de escucha y servicio que, como sugiere Pablo en Col 1, 24-28, permita la madurez plena en Cristo.
Es hora ya de que la Iglesia se libere y nos libere de la camisa almidonada –de fuerza, a veces– que constriñe y aprisiona en una estrechez de fronteras provinciales. Una actitud tribal que con frecuencia nos impide cumplir obras de misericordia tan humanamente trascendentales como dar de comer al hambriento, vestir al desnudo y dar posada al peregrino. Y no porque, desgraciadamente, vivamos en un mundo ausente de necesitados. Es conmovedor el episodio de la película alemana 2001 Hasta donde los pies me lleven, del director Hardy Martins, donde el protagonista Clemens Forrel dispuesto siempre a ayudar a los demás, dice: “No creo en Dios, pero sí creo que donde haya una herida hay que curarla”.
El escritor francés Romain Rolland (1866-1944) hablaba, en la correspondencia mantenida con el vienés Sigmund Freud, de un sentimiento que designaba como “sensación de eternidad; un sentimiento como de algo sin límites ni barreras, en cierto modo oceánico”. Es decir, menos tribalidad y más ecumenismo. Cosa relativamente fácil si leemos con espíritu universalista lo que Beethoven escribió en el autógrafo de su Missa Solemnis, refiriéndose a la música:“del corazón... al corazón”. Una unión cordial que nos lanza al sacramento universal de todos los seres entre sí.
John H. Hick (1922-2012), filósofo y teólogo inglés, dice en su libroLa nueva frontera de la religión y la ciencia, que la vida espiritual es el corazón de la religión. Y los latidos del corazón humano repican siempre a misericordia. Los sentía la hacendosa Marta y María la contemplativa. Como lo sentía Fausto cuando en la óperaMefistófeles, de Arrigo Boito, decía: “Mi pecho se agita en una sola emoción: ¡El amor de Dios y de los hombres!”.
Franz Jalics, ha escrito en su obra Jesús, Maestro de meditación,esta sugestiva sentencia: “El cristianismo es una red social. Ser cristiano significa pertenecer a una Iglesia y contribuir a que la vida de esa comunidad sane y permanezca sana”.
LA MUJER HACENDOSA
Mujer que buscas lana y lino,y lo trabajas hacendosacon la rueca y el huso con tus manos,como de ti cantaron los Proverbios.
Luego tiendes tu mano al desvalido.
¿Quién te enseñó, mujer, tanto Evangelio?
(SOLILOQUIOS. Ediciones Feadulta)
Vicente Martínez
Fe Adulta
Fe Adulta
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