Recientemente se publicaba una carta de 109 premios Nobel, en su inmensa mayoría de medicina, química y física contra Greenpeace y a favor de los transgénicos en la agricultura como modo de resolver el hambre en el mundo.
Se ha señalado que la carta combate “una de las nuevas religiones de nuestro tiempo, una especie de panteísmo donde el papel de Dios lo representa la Madre Naturaleza. Una religión laica, sí, pero tan irracional e impermeable al argumento como todos sus precedentes celestiales”.
¿Estamos en un caso de ciencia contra oscurantismo y dogmatismo neorreligioso o de ciencia como ideología e interés? La carta suscita más dudas de las que despeja.
Asume una pretensión de hablar en nombre de todas las ciencias y la comunidad científica. Pero el uso de los transgénicos en agricultura plantea dificultades que no se resuelven exclusivamente desde la biotecnología y según su propio método. Hay reservas muy serias no resueltas científicamente sobre los efectos para salud humana a largo plazo y de afectación a la biodiversidad. El principio de precauciónnos exige un uso responsable, seguro y eficiente de las innovaciones tecnocientíficas. Ante la tecnología ni la fobia irracional está legitimada, ni tampoco la confianza acrítica en que toda innovación implica una mejora para la vida humana. No todo lo que se puede hacer se debe hacer. Pero tampoco la ciencia debe emplearse para favorecer intereses particulares de las grandes corporaciones biotecnológicas como Monsanto. De hecho, como Greenpeace señala en su réplica, no está contra cualquier empleo de los transgénicos para atender las necesidades humanas.
También hay dimensiones como la seguridad alimentaria, la preservación de la biodiversidad, la responsabilidad por los daños medioambientales que cause, la equidad en el acceso a los recursos tecnológicos, el respeto a la diversidad cultural y a la autodeterminación cultural así como la participación política de las comunidades rurales afectadas que no se pueden resolver únicamente desde las ciencias duras que legitiman a estos premios Nobel. Se necesita para ello el concurso de otras perspectivas científicas, filosóficas, y por supuesto, la voz de la sociedad civil “urbana”, pero por supuesto, también de las propias comunidades rurales.
¿Está resolviendo el uso de los transgénicos en agricultura el hambre en el mundo, hay mejores alternativas?
Los datos desmienten que esta tecnología se emplee para combatir el hambre en el mundo. El 80% de esta producción agrícola se dedica a pastos, piensos para la ganadería y a biocombustibles. Ello no es camino más eficiente ni más directo para erradicar el hambre. Entonces, la pregunta que surge es, ¿al servicio de qué está esta tecnología?
¿Hay alternativas? Nos recuerda Greenpeace que la última evaluación científica de Naciones Unidas sobre Ciencia Agrícola y Tecnología para el Desarrollo, llevada a cabo por más de 400 científicos de todo el mundo hace un balance de la situación actual en la agricultura mundial y concluye que la agricultura ecológica permite aliviar la pobreza y mejorar la seguridad alimentaria. Por el contrario, cuestiona la agricultura con transgénicos por sus implicaciones sociales y ambientales y la descarta definitivamente como solución única al hambre.
Por ello, hay actualmente medios de producción, tanto ecológica como tradicional, que pueden atender las necesidades alimentarias de las presentes y próximas generaciones. Incluso excedentes de producción y un 30% de los alimentos que terminan en la basura. Ante esos datos, suele decirse que la dificultad procede de la falta “voluntad política”. Ciertamente esto falta, pero la cuestión es más compleja y se resuelve a otro nivel, y es la constelación de poderes económicos, políticos y culturales que impiden a las comunidades más desfavorecidas el control de su propia soberanía alimentaria como modo de superar la negación de su seguridad alimentaria propiciada por el modelo de desarrollo moderno hegemónico que los excluye.
entreParéntesis
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