Según Martin Buber la persona se define por su relación con lo otro, los otros y el Absolutamente Otro. De esa relación depende su logro o su malogro vital. Ante los otros, es decir, ante las cosas, se puede vivir como esclavo o como una persona libre. Ante los otros se puede actuar como un tirano o como un hermano. Ante Dios se puede vivir en el encogimiento del miedo o con la libertad de los hijos amados por el Padre.
La Cuaresma nos invita a revisar ese “trípode” relacional. De ahí la insistencia en los valores del ayuno, la limosna y la oración. No son tan sólo prácticas ascéticas. Son actitudes que revelan nuestra armonía o desarmonía existencial. Son las sendas que nos conducen al paraíso primordial. El ayuno nos enseña el señorío sobre las cosas. La limosna nos descubre el valor de la fraternidad. Y la oración nos ensancha el corazón para gustar el don de la filialidad.
Una vez más el Papa Benedicto XVI ha escrito un mensaje para acompañarnos en el camino cuaresmal. Si el año pasado explicó el sentido de la limosna, en este año nos invita a descubrir la importancia del ayuno: “Orando y ayunando Jesús se preparó a su misión, cuyo inicio fue un duro enfrentamiento con el tentador”. Por tanto en esa práctica ascética tenemos el ejemplo del Señor.
“Puesto que el pecado y sus consecuencias nos oprimen a todos, el ayuno se nos ofrece como un medio para recuperar la amistad con el Señor”. El ayuno no es una simple privación de alimento. “El verdadero ayuno tiene como finalidad comer el “alimento verdadero”, que es hacer la voluntad del Padre (cfr. Jn 4,34)”.
Nunca se ha ayunado tanto como ahora. Millones de personas ayunan por necesidad y otros muchos por mantener la figura. Sólo se rechaza el ayuno por motivos religiosos. El Papa observa que “en nuestros días, la práctica del ayuno ha perdido un poco su valor espiritual y ha adquirido más bien el valor de una medida terapéutica para el cuidado del propio cuerpo. Ayunar es bueno para el bienestar físico, pero para los creyentes es una “terapia” para curar todo lo que les impide conformarse a la voluntad de Dios”.
El ayuno unifica a la persona, la fortalece y la ayuda a escuchar a Cristo. “Con el ayuno y la oración Le permitimos que venga a saciar el hambre más profunda que experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de Dios”.
Recordando la dimensión horizontal de nuestra vida, se nos dice. “El ayuno nos ayuda a tomar conciencia de la situación en la que viven muchos de nuestros hermanos… Al escoger libremente privarnos de algo para ayudar a los demás, demostramos concretamente que el prójimo que pasa dificultades no nos es extraño”.
El Papa nos recuerda un antiguo himno litúrgico cuaresmal: “Usemos de manera más sobria las palabras, los alimentos y bebidas, el sueño y los juegos, y permanezcamos vigilantes, con mayor atención”.
Que ese programa de vida nos ayude a descubrir nuestra armonía personal y social.
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