Sunday, February 01, 2009

La homilía de Betania: ¿ENDEMONIADOS?

Por José María Maruri, SJ

Si San Marcos hubiese sido un director de cine como los del Hollywood, hubiera convertido esta escena en algo terrorífico: el endemoniado vomitando verdes espumarajos, dando vueltas a su cabeza sin ton ni son, diciendo barbaridades con voz bronca de ultratumba, para acabar tirando por la venta a l pobre exorcista.


El exorcismo de Jesús es bien sencillo, dos serenas palabras. “Cállate y sal de él”. Ni siquiera agua bendita. No le preocupaban mucho los demonios al Señor. Otra cosa le preocupa.



2.- Jesús es un hombre de su tiempo, y en su tiempo muchas enfermedades como epilepsia y la locura se consideraban posesión diabólica por esa doble personalidad que suele implicar. Y, sin embargo, ya en los evangelios los mismo se habla de que “curaba a los endemoniados” o que “expulsaba a los demonios”. Y lo que se cura es una enfermedad.



3.- Este es el primer milagro que narra San Marcos y quiere mostrar con el a los recién reunidos discípulos cual es la misión que trae Jesús. Viene a curar las heridas producidas por el pecado, a dar libertad al hombre que se encuentra cautivo, como poseído y manejado por otro, incapaz de ser él mismo.


Todos tenemos la experiencia de que hay en nosotros instintos de agresión, de odio, violencia y crueldad que a veces se han manifestado en ocasiones de nuestra vida. Vosotros y yo tenemos la experiencia sencilla y diaria de que siendo personas ordinariamente pacíficas, cuando cogemos el volante del coche nos volvemos agresivos y el insulto sale a nuestros labios con facilidad. O cuando pensamos en los terroristas, qué movimientos de odio y venganza se agitan en nosotros. ¿Hemos pensado de lo que seríamos capaces en circunstancias?


¿Vamos a pensar que son producto de posesión diabólica la tortura de seres indefensos, se llamen los autores nazis, en la Torre de Londres o por la Inquisición, o las checas o en muchos otros sitios, lugares y épocas?


Nada de eso, los hombres somos capaces de horrorizar al mismo diablo, que muchas veces estará sentado en su enroscada cola, y apoyada su negruzca pezuña en su peluda mejilla y diciendo muy bajito atónito ante el proceder de los humanos: “Ni a mi se me hubiera ocurrido tal barbaridad”.


En la Historia, Grande y pequeña, de la humanidad nos ha servido el pobre diablo como chivo expiatorio sobre el que cargar nuestras responsabilidades. Con qué facilidad decimos: “me tentó el diablo”, cuando fuimos nosotros los que dirigimos nuestros pasos a ese local de alterne, o pusimos ese video, o nos recreamos en la televisión. No nos engañemos a nosotros mismos… y en esto, desde luego, somos maestros.



4.- El hombre necesita abrirse al amor, a la luz, a la alegría, a la fraternidad, para liberarse de esos bajos fondos que sólo cobran fuerza en la oscuridad, en la clandestinidad, en la tristeza, en la desesperanza, en el desamor.


Y es el Señor Jesús el que viene a ofrecernos su programa de amor, ternura cariño, luz, alegría. Y esa verdad nos hará libres, desposeídos de de nosotros mismos y de tantas cosas que nos atan de pies y manos.


Esta es la Buena Nueva que nos trae el Señor que nos quiere como somos, débiles y pecadores, pero libres; no traídos y llevados por costumbres generalizadas, no masificados, ni robots movidos por el poder de otros, por el miedo, por la amenaza, o por los bajos placeres que nos ofrecen en bandeja. El Señor Jesús viene a traernos esa libertad que nos hace dueños de nosotros mismos y nos da señorío sobre todas las cosas.


Esta versión de la función del profeta coincide con el hecho de que Dios no puede venir al encuentro del hombre sino por mediaciones. En la religión profética la mediación primordial es la del profeta, un hombre de entre los hombres. El Deuteronomio destaca aquí dos responsabilidades: la del profeta que debe anunciar sólo las palabras que reciba de Dios; y la del pueblo que debe escuchar la palabra del profeta como mensaje de Dios. A diferencia de la adivinación mágica, en la profecía es Dios quien toma la iniciativa de la comunicación; el profeta es un mensajero y los destinatarios el término de esa comunicación que provoca el responder. El evangelio de hoy presenta a Jesús como el verdadero profeta que actúa en nombre de Dios realizando la misión profética auténtica. Lo hace con una autoridad impresionante. El Espíritu habla para que se le entienda. Es moderno por necesidad. No queda anclado en formas pasadas.


De ahí su fuerza vivificante: la letra mata, el Espíritu vivifica.

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