Thursday, November 19, 2009

Ante el chantaje de las maras: es posible la paz


La Comunidad de San Egidio lleva 30 años en los barrios marginales de San Salvador
(Miguel Ángel Malavia) En el seno de la Iglesia salvadoreña, a veces el involucrarse “demasiado” en la ayuda a los demás puede traer la consecuencia de la muerte. Fue el caso de William Quijano. Miembro de la Comunidad de San Egidio, a sus 21 años llevaba cinco colaborando en la ‘Escuela de Paz’ de Apopa, en el extrarradio más marginal de San Salvador. El pasado 28 de septiembre, mientras regresaba a casa acompañado de su madre, fue asesinado a tiros por miembros de una mara. Las maras son pandillas juveniles, diversas y muy numerosas, que se dedican a enfrentarse entre sí y a amenazar al resto de la sociedad. Presentes en todo el mundo, se calcula que alrededor de 100.000 personas en Centroamérica pertenecen a alguna de ellas. Pero es posible salir y encontrar la paz.

William Quijano apostaba por ayudar a los chicos más pobres, pues sabía que es entre la miseria donde se nutren los líderes de las bandas, con su oferta engañosa de seguridad y poder. Los acompañaba en su trabajo, en sus estudios… en su soledad, en su indefensión; en definitiva, buscaba enseñar la paz.

“La vida de cristianos como William es una esperanza para un mundo en el que muchos jóvenes pierden la esperanza de poder resurgir, de poder vivir felices, de poderse labrar un futuro como todos. Su vida es un testimonio de que se puede hacer el bien incluso en medio de una violencia ciega, que mata sin sentido, sin compasión”, explica a Vida Nueva Jaime Aguilar, responsable de San Egidio en El Salvador. Aguilar es una de las personas más implicadas en las ‘Escuelas de Paz’, creadas por la Comunidad cuando ésta se instaló, hace 30 años, en las zonas más pobres y marginales de San Salvador, para ocuparse de los niños, principales víctimas de la guerra. Más que una ayuda material o física, estas ‘Escuelas’ suponían espacios de compañía y cariño. En vez de estar rodeados de armas, los chicos tenían una alternativa real de acogida y esperanza.
Aguilar considera que el cruel asesinato de William puede ser un evidente punto de esperanza, pues todos los chicos a los que él ayudaba, si antes podían albergar alguna duda sobre si alistarse en las bandas, en busca de un falso amparo, ya saben a ciencia cierta qué futuro les espera. Matar o huir para no ser asesinados: “Amar la vida, aferrarse a la amistad, permite que otros puedan continuar los pasos de esperanza. Tal vez los asesinos de William pensaban callar la simpatía, la alegría, el gusto por la vida; tal vez querían que dejara de haber esperanza y ganas de vivir en los jóvenes. Pero William deja una herencia de paz y amor. La del amor al pobre, al Evangelio y a la Comunidad de San Egidio”.
Vida Nueva

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