La palabra con la que comienza cada una de las lecturas de hoy iluminan este último día del año 2008.
En la primera lectura: Hijos míos, es la última hora (1 Jn 2, 18).
En el Evangelio: En el principio ya existía la Palabra (Jn 1, 1)
El contraste de final y principio me lleva a considerar el principio y el fin de todo.
De Dios venimos y a Dios vamos.
Si tomo las alas de la aurora, (al Oriente)
si voy a parar a lo último del mar, (al Occidente)
allí estás Tú. (Sal 139, 9).
Todo se ha hecho por Cristo y para Cristo
Cristo es el alfa y la omega.
Cristo es el origen y la meta.
Al principio el Espíritu se cernía sobre las aguas.
Al final el Espíritu y la esposa dicen: Ven, Señor.
Hemos sido creados por amor,
seremos examinados del amor.
En Dios vivimos, nos movemos y existimos.
Como un eje transversal se nos ofrece el secreto de la esperanza cristiana. Todo ha salido de las manos de Dios y todo vuelve a Dios. Somos abrazados por Dios y habitados por Él. Dios nos envuelve y nos remece.
Dios hizo un vacío para que cupiera nuestra realidad. Estamos inmersos en la presencia divina, principio y fon, origen y meta. Desde el principio al fin, la vida del creyente transcurre en la presencia de Dios.
Desde la aurora hasta el ocaso, alabado sea el nombre del Señor. El salmista canta: “Oh Dios, Tú eres mi Dios, por ti madrugo”. Y con la Iglesia, al final de cada día, rezamos: A tus manos encomiendo mi espíritu.
En esta octava de Navidad, todos los días hemos cantado: “Noche y día, bendecid al Señor”. “Luz y tinieblas, bendecid al Señor”.
La Iglesia comienza sus oraciones “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” y las termina: “Por Cristo, nuestro Señor, que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos”.
El año comienza con la primera bendición: “Que Dios te bendiga y te guarde. Haga brillar su rostro sobre ti, y te conceda su favor. Vuelva su mirada hacia ti y te de la paz”. Y cada día, al terminar la jornada, rezamos: “Que El Señor nos bendiga y nos guarde, nos libre de todo mal y nos lleve a la vida eterna”.
El tiempo, para el que cree, es un tránsito en la presencia divina, un hoy en Dios. De ahí que todo sea para mayor gloria de Dios. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
En el Evangelio: En el principio ya existía la Palabra (Jn 1, 1)
El contraste de final y principio me lleva a considerar el principio y el fin de todo.
De Dios venimos y a Dios vamos.
Si tomo las alas de la aurora, (al Oriente)
si voy a parar a lo último del mar, (al Occidente)
allí estás Tú. (Sal 139, 9).
Todo se ha hecho por Cristo y para Cristo
Cristo es el alfa y la omega.
Cristo es el origen y la meta.
Al principio el Espíritu se cernía sobre las aguas.
Al final el Espíritu y la esposa dicen: Ven, Señor.
Hemos sido creados por amor,
seremos examinados del amor.
En Dios vivimos, nos movemos y existimos.
Como un eje transversal se nos ofrece el secreto de la esperanza cristiana. Todo ha salido de las manos de Dios y todo vuelve a Dios. Somos abrazados por Dios y habitados por Él. Dios nos envuelve y nos remece.
Dios hizo un vacío para que cupiera nuestra realidad. Estamos inmersos en la presencia divina, principio y fon, origen y meta. Desde el principio al fin, la vida del creyente transcurre en la presencia de Dios.
Desde la aurora hasta el ocaso, alabado sea el nombre del Señor. El salmista canta: “Oh Dios, Tú eres mi Dios, por ti madrugo”. Y con la Iglesia, al final de cada día, rezamos: A tus manos encomiendo mi espíritu.
En esta octava de Navidad, todos los días hemos cantado: “Noche y día, bendecid al Señor”. “Luz y tinieblas, bendecid al Señor”.
La Iglesia comienza sus oraciones “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” y las termina: “Por Cristo, nuestro Señor, que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos”.
El año comienza con la primera bendición: “Que Dios te bendiga y te guarde. Haga brillar su rostro sobre ti, y te conceda su favor. Vuelva su mirada hacia ti y te de la paz”. Y cada día, al terminar la jornada, rezamos: “Que El Señor nos bendiga y nos guarde, nos libre de todo mal y nos lleve a la vida eterna”.
El tiempo, para el que cree, es un tránsito en la presencia divina, un hoy en Dios. De ahí que todo sea para mayor gloria de Dios. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ecclesia
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