28-Diciembre-2008 Antonio Duato
He asistido a través de la tele al acto de este mediodía en la plaza de Colón y me he deprimido profundamente. ¿Masoquismo? Puede, pero es que uno sigue interesado en valores, en Jesús y en la manera como el mensaje de Jesús se transmite a la sociedad de hoy. También pienso en lo que de verdad recibí y en lo que caducó de mi crsitianísima familia. Me parece que debo comunicar a los lectores de ATRIO mis impresiones y abrir un espacio para que cada uno exponga las suyas en este día de la familia.
1. Ha destacado desde el principio el protagonismo de un laico muy especial en quien Rouco confía especialmente para este tipo de eventos: Kiko Argüello. Él intentaba animar los cantos con su guitarra y sus canciones… bueno, no entiendo, pero… Músico, pintor, fundador carismático…
Y las bombas caían en ese momento sobre la población civil de Gaza. Y él, que tiene en Galilea una supermansión –no suya, claro, sino de una fundación donde han ido a parar dineros de gentes sencillas para que él disfrute incluso haciendo de arquitecto…–, seguro que tiene buenas relaciones en el gobierno israelí… ¿Habrá movido un dedo para defender a esos cristos crucificados de Gaza? Pero desde luego ha sido el primero a ir a comulgar…
2. Se ha hablado mucho de abuelos y niños… Claro, dicen que los abuelos son trasmisores de la fe a las nuevas generaciones, saltándose por lo visto la de los jóvenes padres de ahora que ya están contagiados de la nueva cultura secularizada (excepto ciertos elegidos). Pero ¿qué les quedará a esos niños de las oraciones que les enseñaban los abuelos cuando sean jóvenes críticos? Y ¿qué será de esos hijos de familias numerosas de kikos si es que algún día se ponen a pensar con su cabeza? Y todos esos cardenales y obispos esperando que venga la nueva sociedad recristianizada. ¿Es que soy un réprobo escéptico o es que son tontos? En el sentido que esperan ni la sociedad ni la familia va a cambiar.
3. El cardenal se ha acogido –cómo no?– al nuevo eslógan de Bendicto XVI: contra la cultura del relativismo egoísta la “ecología del hombre”. Hay que salvar la naturaleza creada por Dios: “un varón y una mujer, el esposo y la esposa que se aman para siempre y ¡dan la vida!”. Pues si creen que aparecen modernos porque emplean el lenguaje ecologista, lo que están es rebajando enormemente a esa criatura de Dios que es el hombre y la mujer. Resulta que Dios las ha querido personas libres y responsables, llamadas a construirse continuamente a sí mismas y a evolucionar en las formas de relacionarse con sentido siempre de respeto al otro y de amor solidario. Las formas de familia son historia más que naturaleza.
4. Claro que el titular mayor será esta ingeniosa frase de Rouco: “¡Los nuevos santos Inocentes de época Moderna!”. Se les llena la boca de orgullo científico al decir que desde el primer momento de la concepción el ovocito tiene “la dignidad de persona” porque tiene ya un código genético único. ¡Albricias! La ciencia –dicen– nos ha hecho abandonar las ideas retrógradas de Tomás de Aquino que creía que se iba formando el alma progresivamente. Pero la ciencia de verdad relativiza más y no cree que un ovocito de cuatro o cinco células sea igual persona que un niño de Gaza desangrándose por las bombas israelíes. Hay otros Santos Inocentes más cerca de donde se produjo la supuesta matanza de Herodes.
5. Finalmente, ¿cuál es una familia cristiana? Está implícitamente en todos sus discursos que sólo la que “imita a la familia de Nazaret”. Se pueden hacer muchos chistes sobre lo que se representaría imitar a esa familia concreta tan extraña, de la que tan poco conocemos y que Jesús tanto relativizó cuando dijo que su familia era otra. Pero ya sabemos lo que entienden: una familia surgida de un matrimonio canónicamente válido, que reza unida y se mantiene unida para siempre, a no ser que una sentencia de nulidad canónica (alcanzable prácticamente por todos los matrimonio rotos) declare que es un matrimonio que no ha existido nunca.
Al escribir sobre todo esto en esta tarde de un domingo malhumorado, me he acordado de lo que escribía en un artículo de Iglesia Viva hace casi cinco años. Lo releo. Sigo de acuerdo con ello y os ofrezco al menos estos dos párrafos:
El espíritu verdaderamente cristiano de la familia hay que buscarlo en la calidad del amor que une a los padres entre sí y con los hijos. ¿Ha llegado una pareja, profundizando en su inicial enamoramiento, a un amor verdadero de fe mutua y entrega total en la cercanía de lo cotidiano?
¿Ha sabido, como fruto de este amor, procrear (o adoptar) y educar hijos con entrega no posesiva? Si es así, allí está Dios. En un ambiente laico y de libertad para juntarse o separarse, cargado de estímulos que llaman al consumismo y la superficialidad, pero también de posibilidades de personalización y de creación de un ámbito familiar privado, surgen numerosos ejemplos de familias que eligen y protegen el amor auténtico. Generalmente son familias que están presentes en el compromiso social: Ongs, asociaciones ciudadanas o escolares, movimientos… Con frecuencia se unen en grupos de amigos o asociaciones. A veces se identifican como comunidades cristianas, pero sin separarse de sus ambientes populares ni sentirse por ello los más cristianos. Admiran los valores objetivamente cristianos de muchos no creyentes, aunque les preocupe también transmitir a los hijos no sólo los valores cristianos sino también la fe expresa en Jesús. Por eso no pueden desentenderse del cambio profundo que necesita la Iglesia en sus estructuras y doctrinas para que esa fe auténtica, que ellos han ido depurando, pueda ser creíble para sus hijos. Con frecuencia se sienten marginados por la actual estructura eclesial. Y, aunque alejados de las prácticas, no renuncian a creer que otra Iglesia es posible.
Hay sin embargo quien cree que sólo entre los seguidores de los movimientos más conservadores, que se apiñan junto al papa actual en el llamado “círculo de Roma”, pueden surgir familias cristianas. Sólo la confesión expresa de fe y la pertenencia a la Iglesia católica, con aceptación de todas sus normas morales, puede salvar a una familia de la corrupción de pecado que domina la sociedad secular. Yo no sé cuántos habrá así y si esa fidelidad a ultranza a las directrices de sus dirigentes dará un auténtico valor cristiano a sus familias. Sé que entre ellos hay buenísima gente. Pero lo que me preocupa es el carácter sectario de ese sentirse los únicos salvados. La misma felicidad que, como a cualquier otra pareja, les proporciona el amor conyugal y la paternidad/maternidad lo atribuyen a la especial y exclusiva gracia que les proporciona su camino. Es esencial en los movimientos fundamentalistas y proselitistas el creer que sólo la gracia sacramental hace que Dios esté en la persona o en la familia. Les vuelven incapaces de ver cómo el amor y la salvación está fuera de sus iglesias e incluso de la Iglesia.
[Podéis leer mi artículo en el contexto de todo el número 217 de Iglesia Viva]
ATRIO
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