Recuerdo un chiste flojillo pero ilustrativo que contó un cura en una homilía. Se encontraron varios billetes de 500 y 200 euros con algunas monedas y comenzaron a hablar sobre los lugares que habían visitado últimamente. «Yo acabo de regresar de Montecarlo; después pasé por una joyería y acabé en un casino», dijo pavoneándose uno de los billetes. Las monedas se miraron avergonzadas y una de 5 centimos apenas se atrevió a decir: «Bueno, yo he estado en la parroquia de San Jorge; luego en la de la Visitación y finalmente en Santa María».
El buen sacerdote quería subrayar, básicamente, lo roñosos que somos casi siempre los católicos a la hora apoyar económicamente a nuestra Iglesia. Que un billete de 50 euros nos parece muy grande si es para el cepillo de la misa pero pequeño si queremos comprarnos una camisa. Que cuando unos novios se casan se gastan un dineral en el banquete pero consideran que 100 euros son más que de sobra para el templo. Y así, como la Iglesia es espiritual pero sus sacerdotes no viven del aire, ni las facturas que llegan a fin de mes a las parroquias se esfuman misteriosamente, el Gobierno de turno siempre tendrá el famoso «complemento económico» a mano para tratar de ponerle la mordaza.
O los católicos nos tomamos en serio y con madurez lo de sostener a nuestra Iglesia y estar al corriente de sus necesidades o el Gobierno abrirá y cerrará el grifo según le parezca.
Muchos piden una Iglesia más libre, pero son pocos los que están dispuestos a rascarse el bolsillo para que verdaderamente lo sea.
Álex Navajas
Esto no sólo hay que aplicarlo en España, me parece que aquí también
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