Por Gabriel González del Estal
La práctica de la corrección fraterna, tal como se nos aconseja en el evangelio de hoy y en la primera lectura del profeta Ezequiel, estaba ya establecida en la Regla comunitaria de los esenios de Qumrán. También la Sinagoga judía tenía esquemas de reconciliación y de excomunión, fórmulas de “atar y desatar”, de absolver y de condenar. Esta práctica estaba inspirada en Lv 19, 17-18: No odies de corazón a tu hermano, pero corrige a tu prójimo para que no te cargues con pecado por su causa. Se trata de una corrección basada en el amor fraterno, que busca únicamente la conversión del hermano y, consecuentemente, su salvación. Debía ser, primero, una corrección individual y, en último término, a través de la comunidad. En los seis primeros siglos de la Iglesia, esta forma de corrección fraterna fue habitual en la praxis comunitaria. Se aplicaba solamente en casos de pecados públicos y graves. También en las Órdenes y Congregaciones religiosas se ha practicado, habitualmente, este estilo de corrección fraterna, en los capítulos de culpas y revisión de vida. Se debe hacer siempre con el máximo respeto hacia la persona que consideramos pecadora. Normalmente, donde no hay amor entre el que corrige y la persona corregida, no es eficaz la corrección fraterna. Quizá, por eso, en nuestras macro-comunidades parroquiales no está establecida, regularmente, este tipo de corrección, porque es difícil percibir en ellas ese ambiente cálido de amor cordial y afectivo entre las personas que forman la comunidad.
2.- También nos da a entender hoy Mateo, en este fragmento evangélico, que la corrección fraterna, la corrección de conversión, tiene que estar basada en el convencimiento de la presencia real de Cristo en medio de la comunidad orante. Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. Para que exista una verdadera conversión, tiene que ser el Espíritu de Cristo el que inspire realmente a la persona que corrige y a la persona corregida. No deben ser otros motivos, sociales o disciplinarios, los que inspiren esta práctica de corrección. Tampoco el afán de imponer nuestros puntos de vista, o nuestras opiniones teológicas y doctrinales. Se trata, únicamente, de buscar la conversión del hermano, cuando consideramos que tenemos motivos serios para considerarle gravemente extraviado.
3.- San Pablo, en esta su Carta a los Romanos, nos da la regla de oro para que la corrección fraterna, como cualquier otra clase de relación interpersonal, resulte eficaz y cristiana. Es un fragmento muy breve, pero que deberíamos leerlo y meditarlo larga y profundamente. A nadie le debáis nada, más que amor; porque el que ama tiene cumplido el resto de la ley... Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso, amar es cumplir la ley entera. No hacer daño a nadie, hacer el mayor bien que podamos a las personas con las que nos relacionamos, eso es amar al prójimo. Sólo si nos basamos en este amor, tenemos derecho a corregir, individual o comunitariamente, a un hermano al que, de verdad, amamos.
Y, como todos somos pecadores, estemos siempre dispuestos a la conversión y agradecidos al buen Dios cuando, como Padre, nos corrige: Ojalá escuchéis hoy su voz: “No endurezcáis vuestro corazón”
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