(Vida Nueva) El Sínodo sobre la Palabra, que se abre el 5 de octubre, despierta en la Iglesia expectativas varias. Conozcamos algunas de ellas a través de nuestros Enfoques.
¿Qué podemos y debemos esperar?
(Raúl Berzosa Martínez- Obispo auxiliar de Oviedo) Hace unos meses, antes de conocerse el instrumentum laboris (La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia), me atreví a escribir en tres coordenadas lo que el Pueblo de Dios esperaba de este gozoso evento: primero, que en la liturgia decididamente se aprecie el valor de la Palabra y se aprenda a leerla con los ojos del Espíritu y de la fe eclesial; segundo, que se formen, cuantitativa y cualitativamente, catequistas, agentes y ministros de la Palabra, lectores, monitores… Y tercero, que se busquen nuevos medios, lenguajes y nuevas técnicas para proclamarla al hombre y mujer de hoy.
Una vez conocido el documento de trabajo, quiero subrayar que será un Sínodo que complementará al celebrado sobre la Eucaristía, porque la mesa de la Palabra y la de la Eucaristía son una y la misma realidad.
De cada una de las tres partes en las que se divide el instrumentum laboris destacaría que sobre la Palabra, de una vez por todas, habrá que resituar la relación entre Revelación, Escritura, Tradición Viva y Magisterio. Y, con ello, redescubrir que el cristianismo no es sólo una religión “del libro”, sino el autodesvelamiento de un Dios Unitrino, con hechos y palabras, que en una historia de salvación nos muestra quién es Dios verdaderamente y quién es la persona humana.
El acontecimiento central y único es Jesucristo, la Palabra y el Hijo de Dios. El modelo de acogida y de escucha, de interiorización y de compromiso entre Palabra y vida, es María. Su cabeza y su corazón se unieron para que la Palabra fuese la guía de su existencia. Como a nadie, se le dio a entender que la Palabra era el mismo Jesucristo.
De la segunda parte (La Palabra en la vida de la Iglesia), no sólo tendremos que quedarnos con lo doctrinal, sino que es necesario planificar y favorecer una auténtica “pastoral de la Palabra”, invirtiendo recursos humanos y pedagógicos. No pueden quedarse sobre el papel, entre otras, afirmaciones como éstas:
La Palabra debe empapar y ser el alma de todas las dimensiones que ayudan a configurar y construir la iglesia diocesana: comunión, anuncio, celebración y compromiso.
La Palabra hace a la comunidad y la comunidad vive de la Palabra.
La Palabra es el núcleo del anuncio de la Buena Nueva y de la invitación a la conversión.
En la celebración eucarística, en los sacramentos y en la liturgia, la Palabra se hace presente de forma real y eficaz.
Gracias a la Palabra, la Iglesia se siente empujada y fortalecida en su compromiso de caridad.
Finalmente, en cuanto a la “Palabra en la misión de la Iglesia”, ha sido un acierto que se nos recuerde la responsabilidad que debemos asumir cada uno de los estados de vida. Parafraseando ese escrito, subrayaría la importancia de que el obispo, cada día, se ejercite en la lectio divina para poder alimentar a sus fieles, según el deseo de santo Domingo de Guzmán: “Contemplata alliis tradere” (”transmite lo que has orado”).
Finalmente, en cuanto a la “Palabra en la misión de la Iglesia”, ha sido un acierto que se nos recuerde la responsabilidad que debemos asumir cada uno de los estados de vida. Parafraseando ese escrito, subrayaría la importancia de que el obispo, cada día, se ejercite en la lectio divina para poder alimentar a sus fieles, según el deseo de santo Domingo de Guzmán: “Contemplata alliis tradere” (”transmite lo que has orado”).
En otro orden de cosas, los presbíteros y los diáconos, si quieren ser buenos administradores de los misterios (y no dar lo suyo, sino los misterios de Dios), deben familiarizarse con la Palabra.
Para los religiosos, la Palabra es “como su alimento cotidiano”, la liturgia de las horas bien rezada los refuerza en su identidad y en su misión. Deberían favorecer escuelas de formación bíblica para los jóvenes. La Palabra puede contribuir a una auténtica pastoral vocacional.
Para los laicos, la Palabra no puede ser una “desconocida” ni ajena a su vida familiar o laboral. Además de participar en la catequesis familiar (donde la Palabra es guía), deben redescubrir sus ministerios, dentro y fuera de la liturgia. No solamente deben participar como buenos lectores, sino como verdaderos maestros de la Palabra de Dios en otros ámbitos y dimensiones eclesiales.
Otra realidad que se encuentra también en la tercera parte del documento se refiere al ecumenismo y al diálogo interreligioso e intercultural. La Palabra, lejos de acentuar la desunión histórica, puede ser punto de encuentro y de conversión a la Verdad total entre los cristianos. Dicha Palabra, en relación al judaísmo y al islamismo, será punto de enlace con los orígenes e historia de la Salvación, en un caso, y valoración de una misma fe en Abraham y clave de interpretación integral, en otro. En cuanto al diálogo con otras religiones, a su luz se descubrirán las semillas de verdad que se encuentran en sus libros sagrados. Sin olvidar que la Palabra no sólo es un don de Dios o una “carta de amor divina a la humanidad”, sino un verdadero e inigualable patrimonio cultural, válido para todas las culturas y para siempre. Todo un reto para la reflexión teológica y para la pastoral del día a día en este nuevo milenio.
Un Sínodo, tres películas y un obispo
Dolores Aleixandre, RSCJ) Con la libertad que me da recordar que sínodo significa “hacer camino juntos”, me sumo a la caravana de caminantes que van a reunirse en torno al tema de la Palabra a partir del próximo 5 de octubre, y aprovecho la ocasión para expresar mis deseos y expectativas sobre él. Y como me siento eclesialmente implicada en su reflexión y su trabajo, me expreso en un “plural sinodalicio”.
En lo que esté de nuestra parte, a ver si bajamos la Biblia de ese estante en el que yace acompañada del Espasa o del Quijote en ediciones de lujo que nadie toca. Ya está bien de creer que está tan sólo al alcance de los que “dan la talla” y de que algunos se consideren sus propietarios y “peritos”. Vamos a poner todo nuestro empeño en que la coja la gente de a pie, ésa que pregunta bajito al de al lado: “¿En qué página?” cuando hay que buscar un texto, que se extraña muchísimo de que alguien se llame Habacuc (”¿Haba… qué?”), o se disculpa de no leer en alto “porque se me han olvidado las gafas”. No es propiedad de algunos, es una Palabra nuestra: la reciente película de Ángeles Gónzález Sinde, Una palabra tuya -basada en el libro de Elvira Lindo- invita a poner ese título en plural y a pegar en cada ejemplar de la Biblia este rótulo: Propiedad comunal. Entrada gratuita. Porque lo que tenemos entre las manos es el resultado del trabajo colectivo de muchas generaciones, el fruto de la reflexión de un pueblo sobre su historia y, por eso, su lectura sólo adquiere pleno sentido cuando tiene como destinatario al pueblo creyente.
Vamos a levantarnos de la butaca y a entrar en el guión. Esto también me lo inspira otra película, La rosa púrpura de El Cairo, de Woody Allen: la protagonista de la cinta, sentada en la butaca de un cine, contempla la misma película sesión tras sesión. De pronto, ve cómo su actor preferido se sale de la pantalla, la agarra de la mano y la introduce dentro de la escena y, a partir de ese momento, se convierte en un personaje más del guión. Preciosa imagen de lo que puede pasar cuando nos animan a leer la Biblia no como espectadores, sino dialogando con sus personajes y entrando en la banda sonora de sus experiencias, conscientes de que todos esos hombres y mujeres de las narraciones bíblicas vienen a nuestro encuentro para acompañarnos en nuestro itinerario creyente. ¿No podría animarse a los futuros biblistas a convertirse, además de en eruditos, en “acomodadores” que dan la mano a otros para ayudarlos a incorporarse al guión bíblico?
Hay que reconocer que todavía “no hemos arreglado los papeles” para separarnos del pensamiento filosófico con el que se desposó en casto matrimonio la joven teología cristiana. Uno de los frutos de esa unión fue un lenguaje plagado de categorías abstractas, clasificaciones, géneros, especies, sustancias y accidentes, que nunca supo qué hacer con las narraciones y nombres concretos que pueblan todos los rincones de la Biblia: Abraham, Raquel, David, Gedeón, Andrés, Pedro, Marta, Zaqueo, María… Todos diferentes y, sin embargo, visitados por un Dios que tiene como costumbre no suprimir nada de la diversidad que nos constituye como sujetos singulares, sino que promueve diferencias e instaura relaciones en las que llegamos a ser significativos unos para otros.
Y eso tiene como consecuencia aceptar, junto con la diversidad de los personajes que pueblan la Biblia, nuestra propia diversidad. Y puesto que somos “diversos consentidos”, vamos a dejar circular libremente nuestras palabras, opiniones y disensos para construir la comprensión común y eclesial: sólo donde eso acontece, puede también circular la libre Palabra de un Dios que desea la libertad de sus hijos e hijas.
Y ya que salimos a colación las “hijas”, qué buena ocasión para que el Sínodo nos anime a leer la Palabra tal como somos (¿se acuerdan de Tal como éramos, de Sydney Pollack?), y reconozca, con alegría y gratitud, la aportación de tantas mujeres biblistas que, desde la perspectiva de género, han enriquecido la lectura de los textos con una nueva comprensión y un nuevo lenguaje más en contacto con la vida y con experiencias sentidas. (Ojo con confundir “perspectiva” con “ideología de género”, perversa culpable, según dicen, de un sin fin de yerros y dislates. La “perspectiva” está recomendada en un documento de la Pontificia Comisión Bíblica y todavía no está prohibida, aunque con los tiempos que corren nunca se sabe).
Para terminar: cuentan que monseñor Enrique Angelelli, el obispo argentino asesinado en agosto de 1976, solía recomendar: “Hay que vivir con un oído puesto en el Evangelio y el otro en la gente”. Como en un duetto operístico, vida y Evangelio se convierten en dos voces inseparables que hacen resonar la Palabra de Dios en estéreo. Ojalá nos funcione bien la megafonía en el Sínodo.
Vida Nueva
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