Cuanto más investigamos, más claro resulta que, en el fondo, no somos tan diferentes.
Tras los cientos de estudios que nos muestran el altísimo porcentaje de genes que compartimos con animales a los que consideramos muy inferiores, este mes de octubre la naturaleza nos ha dado una razón más para poner los pies en el suelo.
A 400 Km. de Tokio, un funcionario de 35 años sale de excursión por el monte Rokko con tan mala suerte que, al regresar solo a casa, resbala y en el accidente se lesiona la espalda.La noticia no tendría mayor trascendencia si no fuera porque, incapaz de moverse, este hombre cayó dormido para despertar (al ser rescatado por un montañista) ¡24 días más tarde!. Más de 3 semanas sin probar alimento ni agua y con una temperatura corporal de 22 grados. Una similitud más entre nuestra “especie superior” y el resto del reino animal: somos capaces de hibernar.
El suceso debería hacernos reflexionar más allá de la importancia científica. ¿Hemos olvidado por completo nuestros orígenes?, ¿Tienen sentido espectáculos en los que maltratamos “animales inferiores” por diversión?, ¿Demostramos mayor categoría moral que ellos con los miles de conflictos, guerras, tortura e injusticias que asolan nuestro mundo?
La biología y la fisiología nos dan una cura de humildad al equipararnos a cualquier otro animal, mientras que la ética nos invita a separarnos de ellos a través de nuestros actos.Quizá el Hombre (con mayúscula) no nace, sino que se hace.
Evans
Jesuitas de Castilla
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