El nuevo cine argentino siempre nos produce gratas sorpresas, pero muchas veces condicionadas por un raudal de verborrea y, en ocasiones, por una insoportable pedantería pseudointelectual. Parece que cierta involución comienza a ser contestada por obras que precisamente se caracterizan por su sobriedad y riesgo cinematográfico, entre las que hay que señalar El otro, segunda película de Ariel Rotter, que había debutado con su digna Solo por hoy (2001) -el hijo que al ser padre descubre al padre-, aunque su actividad es más conocida en Buenos Aires en el mundo del teatro.Los títulos de crédito se confunden en blanco sobre negro con el típico cartel usado por los oftalmólogos para la revisión de la vista. Al hacerse la luz nos encontramos con Juan Desouza (Julio Chávez), un abogado de 46 años que, en ese momento, toma conciencia del paso del tiempo, de su edad. Acaba de enterarse de que su esposa (Inés Molina) está embarazada. Con un ritmo cotidiano, casi vulgar, la vida de Juan transcurre entre la ocupación de visitar y bañar a su anciano padre (Osvaldo Bonet) cada noche, y sus actividades profesionales. Una existencia rutinaria rota cuando, en una de sus visitas como abogado al interior del país, un hecho fortuito (la muerte de un pasajero del autobús) y en medio de una sensación de gran confusión interna que le obliga a tomar otra perspectiva de su vida, el protagonista decide hacerse pasar por el otro (por otros) y no regresar a Buenos Aires. En la ciudad de Victoria, sobre todo desde una mirada contemplativa, Juan redescubre el mundo: sus instintos vitales, la naturaleza, el miedo y el goce de la seducción de una joven del lugar (María Ucedo). Pero todo de una forma muy sencilla, sin grandes acontecimientos y más desde su proceso subjetivo que debido a hechos externos.
Film minimalista, introspectivo y contemplativo, El otro pertenece a esa clase de cine, cada vez más infrecuente, que no le tiene miedo a sostener el plano, a mirar con delectación a los objetos, a dejar pasar el tiempo con un sentido profundo de la elipsis cinematográfica. A ello coadyuva la categoría interpretativa de Julio Chavez, que encarna a la perfección el hombre gris que de pronto se sale de la corriente de su vida y la contempla como desde un balcón. “Escribí el guión de la película pensando en él: su imagen les daba vida a las escenas mientras las iba escribiendo. Su sola presencia es capaz de sostener un film y por sus ojos transcurre toda la película”, ha declarado su director. “Para mí –dijo por su parte Chavez en Madrid- es importante que el espectador entre en su mirada como si entrase en un libro y desde ahí hacer otro tipo de lectura”.
Su obsesión por fijarse, por ejemplo, en los ancianos, donde ve su futuro, o en los objetos de la mesilla de noche del muerto, dice mucho más que si esos temas se verbalizasen. O el sonido a secas, sin música de los camiones en la noche, cuando camina temeroso por la carretera. O el descubrimiento de un albaricoque después de dormir al raso y el estado anímico que puede producir la habitación de un hotel. Sin que falte un sobrio humor negro: el velatorio, la mujer que tiene que atender al suplantar la identidad de médico, etc. Esto no sería posible sin una delicada fotografía de Marcelo Lavintman y un sonido de Martín Litmanovich que rinde culto al silencio, que deja hablar a las miradas, los personajes, las cosas y sobre todo desentraña el contenido profundo del film que no es otro que el peso del paso del tiempo.
Dos antecedentes pueden encontrarse a El otro: la uruguaya Whisky, todavía más ambiciosa en su realismo surrealista, y en el cine argentino, Ana y los otros, de Celina Murga, donde se repite el esquema del viaje liberador a una pequeña ciudad para la evolución interior del protagonista, por no recordar, salvando las distancias, la interpretación interior del mismo Chavez en Extraño, de Santiago Loza, y en El custodio, de Rodrigo Moreno. Pero, sobre todo, no deja de ser un guiño a Michelangelo Antonioni, en El pasajero (1975), que también narraba la historia de un hombre que, en medio de un viaje laboral, decidía tomar la identidad de un cadáver que se cruzaba en el camino del protagonista.
El otro es una prueba de hasta qué punto la contención narrativa y el distanciamiento contemplativo, así como el dejar hablar a la realidad más cósica, pueden emocionar mejor que el barroquismo y la retórica. Es un contrapunto de otro film argentino, estrenado estos mismos días, El nido vacío de Daniel Burman, una película que responde por entero al cliché de verbalización y pedantería, que atribuíamos al comienzo a cierto cine argentino, por otra parte sin duda alguna una de las cinematografías emergentes más impregnadas de calidad y humanismo del panorama actual. Bien merecidos, pues, el Premio del Jurado y el Oso de Plata concedidos en la última Berlinale.
T.O: “El otro”.-P: Producción de AireCine, Aquafilms, Celluloid Dreams (Francia) y Selavy (Alemania, presentada por Distribution Company, 2007.-G y D : Ariel Rotter.-F: Marcelo Lavintman.-Mon: : Eliane Katz.-S.: Martín Litmanovich V: Michelle Michel.-I: Julio Chavez (Juan Desouza), Osvaldo Bonet (padre), María Oneto, Inés Molina (esposa), María Ucedo (mujer joven), Artuzo Goetz.-Dur: 83 min. - Dis: Pirámide Films
Pedro Miguel Lamet
Del blog "El alegre cansancio"
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