Estos momentos, socialmente hablando, que atravesamos no son los mejores para conseguir algo de paz interior y saber contemplar lo que está sucediendo a nuestro alrededor.
Contemplar significa algo más que mirar, es saber hacerlo con hondura, con amor. Si no hay amor, no seremos capaces de descubrir el misterio que se esconde tras la mirada. Ésta tiene que ser de contemplación, especialmente si se trata de nuestros hermanos, hay que saber ponerla al servicio del Señor, porque de esta forma, podremos ponerla al servicio del prójimo.
Actualmente quizá nuestras miradas estén centradas en el ego, en la posesividad, como un encefalograma casi plano que no es capaz de ver más allá, cargadas de angustias, problemas, saturaciones y tantas cosas que nos quitan el sueño cada día…
Atrapados en este “doble fondo” de impotencia y desilusión, nos cuesta pensar que Dios sigue ahí y tiene alguna palabra que decirnos, algo que cambie nuestro corazón y actitud, pero no olvidemos que tras la noche viene la luz; tras la cruz, la salvación.
Es necesario saber encontrar a Dios. Él no se muda, nos lo recordaba San Juan de la Cruz en sus bellos poemas, busquémoslo en lo más hondo de la pobreza y desamparo. Él ha querido ser uno de nosotros, compañero de la vida, compañero de tantas víctimas e incomprensiones de todo tipo.
Su amor y entrega no son algo que alguien inventó un buen día, sino algo que aconteció en un momento concreto de la historia. Algo que debe ayudarnos a salir de nuestra pobreza interior haciéndonos más solidarios y amando de verdad.
Ana Bou
Blog Un minuto para el encuentro
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