con mesas de madera, mucho ruido y un montón de jóvenes apelotonados a la espera de su turno.
El bar en cuestión tenía cierta fama porque, sin salir del pollo y la pasta, podías elegir variedades de los cinco continentes.
A media cena surgieron un niño y una niña (hermanos creo) que no pasarían de los seis años. Vendían chicles y varios clientes intentaban engañarlos con un billete de 1 dolar. Nunca supe si lo lograron. Espero que no, aunque no intervine.
Llegaron frente a nosotros y ella, con toda naturalidad, les preguntó que si querían la comida que sobraba.
Ellos sonrieron y dijeron que sí. Entonces ella les dijo que pidieran una bolsa a la camarera. Con absoluta normalidad pidieron la bolsa, se la dieron, la llenaron y salieron del bar.
Todo normal para ella. Todo habitual para la camarera. Y yo, una vez más, avergonzado de comer en la mesa de los amos.
klana
pastoralsj
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