26-Marzo-2009 Juan Masiá
Me preguntan desde Coimbra (Universidad) por las relaciones prematrimoniales. Me preguntan desde México por el matrimonio virginal. No son temas incompatibles para quien se mueve en el mundo de los símbolos, las metáforas y las narraciones parabólicas que crean y transforman identidades. De hecho, se juntan ambos temas en la meditación del 25 de marzo sobre María como símbolo de la recuperación de la ternura.
Cuando se habla de sexualidad, nuestra sociedad se polariza entre dos extremos: la permisividad y el moralismo; el desmadre o la represión; la genitalidad pura y dura o el espiritualismo desencarnado. Entre los olvidos de la cultura actual, uno de los mayores es el de la ternura, la capacidad para enternecerse, tratar tiernamente y vivir en la ternura. Se tiende a minusvalorarlo como romanticismo de “historietas de amor”. Por eso se desenfocan fácilmente, tanto el tema de las relaciones de intimidad marital como el de las renuncias que conllevan las opciones de celibato.
En el símbolo de María (ambigüedad del “no conozco varón” en dialéctica con el “hágase en mí eso que tu dices, ocurra eso para lo que he de unirme a un varón”) tenemos una clave para la recuperación de la ternura perdida. Algo que se llevará su tiempo, es más larga la búsqueda de la ternura perdida que la recuperación del tiempo pasado y Proust necesitaría para desarrollarlo otros cuantos volúmenes más…
Recuperar la ternura olvidada es un proceso que comienza por la vivencia de ser querida la persona y dejarse querer, que la capacita para ser y dar ternura.
Dicho esto, respondo a México y Coimbra . A la pregunta desde México, por el matrimonio virginal, respondo así: Se puede ser virgen a la vez que se engendra y alumbra una criatura, siendo madre y padre como todo padre y madre, es decir, dejando que se diluya la virginidad física, como en el caso de María engendrando tiernamente con José a Jesús y sus hermanos y hermanas.
A la pregunta desde Coimbra, por las relaciones prematrimoniales, respondo así: Una boda es una ceremonia de una hora. Un matrimonio es obra de mucho tiempo. En la relación concebida como proceso, la intimidad puede comenzar mucho antes, pero el cultivo y mimo de la relación para que madure en ternura es tarea de aprendizaje largo. El criterio ético (no la receta) no es puntual, no se rige por un antes o un después de una ceremonia. Los obispos japoneses, en su carta del 83 sobre la vida, ponían el criterio en forma de tres preguntas: 1) ¿Me respeto? 2) ¿Respeto a la pareja? 3) ¿Nos responsabilizamos del posible engendrar nueva vida? La respuesta ha de darla cada pareja en conciencia y autenticidad.
Pero en los extremos se pierde la ternura. En un extremo, la idolatría de la genitalidad hace un absoluto del coito; por otra parte, en el otro extremo, la mentalidad puntual (no procesual) hace un absoluto del trazado de líneas o fronteras entre el antes y el después de una ceremonia. Ambas pueden desembocar en coitos sin ternura. Ninguna de las dos ha descubierto que un beso con ternura puede fundir en penetración mutua dos personas mucho más hondamente que un coito sin ternura, obsesionado por la idolatría del climax sexual.
Un psicólogo social (no tengo a mano el fichero y a mi edad ya no cita uno de memoria), allá por los años setenta, criticaba la que él llamaba “sociedad y cultura an-orgasmo-fóbicas”, es decir, obsesionadas por el miedo a no alcanzar el orgasmo utópico vehiculado por los macrogenitales de Playboy…
Pero volvamos al símbolo de la Anunciación, que invita a recuperar la ternura. La clave en la Anunciación es el “Hágase”, “Fiat”: Que no lo haga yo, sino que se haga y ocurra, más que “hacer el amor” (donde no acaba de desaparecer el yo), es dejar que el amor ocurra como acontecimiento que desborda a quienes se dejan hacer por él, ella, ello…y por eso pueden llegar a decirse mutuamente “yo soy tú”.
Y esto se aplica en los casos siguientes:
1) En las relaciones esponsales como la de María y José engendrando tiernamente, como auténticos progenitores, a Jesús y a sus hermanos y hermanas.
2) En las relaciones en proceso de ir haciéndose y dejándose hacer; primero, de cara a una boda; después, construyendo poco a poco una comunidad de vida y amor (así la define el Concilio yle Nuevo Código de Derecho Canónico, no como un mero contrato… siglos ha tardado la Iglesia en reconocerlo…).
3) También en relaciones célibes de ternura, que no idolatran la genitalidad y asumen la cuádruple renuncia:
a) renuncia a la distancia o no posesividad espacial y física,
b) renuncia a la distancia o no posesividad temporal,
c) renuncia a la no posesividad polarizada en el sexo,
d) y, sobre todo, a la cuarta y más fuerte renuncia, la renuncia a la procreación y formación de familia.
Pero esta cuádruple renuncia no equivale a renuncia a amar, sino apertura para amar más y mejor, abriéndose al aprendizaje de la ternura universal. De lo contrario, si se quedasen en la represión, ¿de qué les serviría haber hecho opciones de virginidad, si ésta no fructifica en capacidad de ternura?
Nota final: En este enfoque desaparecen las dicotomías “concepción ordinaria y concepción virginal”, ”relación prematrimonial y matrimonial”, “matrimonio-celibato”, etc. Y, en vez de hablar de ética de la sexualidad, se pasa al enfoque de ética de las relaciones, válida para parejas de ambos sexos, tanto casadas formalmente como parejas de hecho; para relaciones personales en el seno de comunidades de opción de celibato por el Reino de los cielos; y para relaciones de amor y ternura, no reprimidos sino mejorados, entre personas con diversas opciones de vida.
Juan Masiá
ATRIO
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