Raúl, que vivía en Brasil, estaba echo polvo. Su esposa murió en un accidente. Perdió a sus hijos víctimas de la droga. Antes de pegarse un tiro y suicidarse, como proyectaba, se sentó en un bar y vio a un niño que pretendía venderle un mechero. Era un niño de la calle.
–¿Dónde está tu padre?
–No tengo.
–¿Dónde está tu madre?
–No tengo.
–¿No tienes a nadie?
–No, –dijo simplemente, muy serio, sin llorar y luego sonriendo exclamó:
–Te tengo a ti.
Raúl despertó en aquel instante. Cuando, años después, me lo contaba, era un hombre feliz. “Vi claro que todo mi dolor procedía de creerme absurdamente el centro absoluto de mi sistema planetario.¡Ignoraba cuántas esposas, hijos, hermanos, gente anhelante me estaban buscando y esperando!”.
–¿Dónde está tu padre?
–No tengo.
–¿Dónde está tu madre?
–No tengo.
–¿No tienes a nadie?
–No, –dijo simplemente, muy serio, sin llorar y luego sonriendo exclamó:
–Te tengo a ti.
Raúl despertó en aquel instante. Cuando, años después, me lo contaba, era un hombre feliz. “Vi claro que todo mi dolor procedía de creerme absurdamente el centro absoluto de mi sistema planetario.¡Ignoraba cuántas esposas, hijos, hermanos, gente anhelante me estaban buscando y esperando!”.
Pedro Miguel Lamet
El alegre cansancio
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