Los tres niños están contentos porque este año subieron el precio de la tonelada de caña cortada a 90 pesos, poco más de 2 euros.
Por Miguel Ángel Gullón Pérez, OP
Ramón, Alberto y Wisner son tres niños de 9, 11 y 15 años respectivamente para quienes su único juguete es el machete que utilizan en la corta caña de azúcar. Viven en El Cuey, a la vera de la carretera que va desde El Seybo a Punta Cana, donde están las cárceles de oro para los turistas.
Los tres niños están contentos porque este año subieron el precio de la tonelada de caña cortada a 90 pesos, poco más de 2 euros.
Para hacerse una idea de lo que esto significa: un bracero haitiano, en el mejor estado de forma, puede cortar un máximo de 3 toneladas al día; los kilos de más no cuentan porque la pesadora siempre pesa del lado de la compañía.
El pago es quincenal y suele hacerse a través de tarjetones verdes en los que el supervisor anota el salario y después pueden comprar en los colmados de la compañía.
En estos puestecitos de comida sólo se venden latas de sardinas, arroz, habichuelas y muchas clases de ron. No queda ni medio peso para las medicinas.
La felicidad resplandece en las mejillas de estos niños pues pueden conseguir unos chelitos para llevar a casa. Tienen la suerte de calzar botas –de otra forma pisarían alguna de las muchas cacatas (tarántulas) que se esconden entre la caña-. Ramón, Alberto y Wisner no viven amargados porque la sociedad de consumo no les ha mostrado la cantidad de cosas superfluas que ofrece; no tienen televisión pues no hay tendido eléctrico. Las noticias, los programas educativos e infantiles y otras voces más lejanas les llegan a través de Radio Seybo, emisora comunitaria que acompaña a las Comunidades desde hace muchos años.
La zafra, tiempo de cosecha de la caña, dura desde noviembre hasta junio. En este tiempo todos, en su mayoría nacionales haitianos, se levantan cuando sale el sol y dejan descansar el machete cuando las lomas de la cordillera oriental lo ocultan. Es impresionante ver pasar los camiones cargados de braceros, de pie, que son llevados desde sus humildes casitas, propiedad de la Compañía, hasta el lugar donde se está cortando la caña. No se les ve en las manos más que el machete y durante el día sólo comen caña, quizás un poco de arroz si coinciden cerca de un batey.
Hace un tiempo, cuando viajaba en el avión que me traía de España me llamó la atención cómo las azafatas tiraban a la basura los sobrecitos de azúcar que los pasajeros no consumían. Le pregunté a una azafata para confirmar si era verdad y ella me contestó: “sí, claro”…
Azúcar que endulza nuestros paladares nacida del sudor amargo de niños y jóvenes en una actualizada esclavitud que nada tiene que envidiar a la de épocas antiguas. Rápidamente vamos a buscar el causante de todo esto pero, ¿para qué? De sobra sabemos quién está al frente en el “Central Romana”: un nieto de españoles. Pongámonos todos como responsables de esta sangrante realidad. Si hay empresarios que esclavizan es porque nuestra sociedad lo permite. Todos somos responsables de esta amarga realidad. Todos somos cómplices al consumir el azúcar de la humillación y la ignominia.
Jesuitas de Castilla
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