(Vida Nueva) El día 17, Miércoles de Ceniza, da comienzo la Cuaresma, tiempo para convertir nuestro corazón de piedra en corazón de carne y prepararlo para recibir el precioso regalo de la Pascua. Disponemos de 40 días por delante para atravesar el desierto de nuestros egoísmos y temores y subir al monte del Señor, al lugar donde encontrarse con Él, con uno mismo y con los demás. Un diálogo que pasa antes por vivir la experiencia del perdón, la que nos invita a confesar las faltas y pecados y nos abre a la gracia que sana tantas heridas. Y la que, en su infinita misericordia, nos libera de servidumbres y nos ofrece el don de la reconciliación. Ésa es la invitación–a medio camino entre la reflexión y la plegaria– que nos hace Ángel Moreno, del monasterio de Buenafuente, en el ‘Pliego’ que publica Vida Nueva esta semana.
En su recorrido, el autor se refiere al perdón como distintivo cristiano y a la necesidad que tenemos de él, pues “la Palabra llega como bálsamo que cura y reconcilia”. Asimismo, Ángel Moreno advierte de las tentaciones contra el perdón, como la de “buscar atenuantes, hacer pasar por normal la caída, interpretarla como simple accidente, justificar el comportamiento errado porque es muy común en la sociedad actual, o por la mala memoria que señala el error como algo común en el comportamiento de muchos”. Frente a ellas, apunta que “lo verdaderamente liberador” es “acudir al sacramento del perdón”, pero con una condición esencial: “El reconocimiento de la debilidad y hasta del pecado”.
Ángel Moreno considera que el perdón es “clave para la convivencia” pacífica y que es “un principio de sabiduría” para la vida, así como una manera de curar nuestras heridas y “abrir la conciencia ante Dios y solicitar su misericordia”. Es también “el secreto para renacer, para comenzar de nuevo y poder olvidar la carga de la mala memoria”. Para concluir, el autor se refiere al sacramento de la confesión como “un acto de fe, es afirmar que se cree en Dios misericordioso, en Dios entrañable, Pastor bueno, en Dios amor, en la identidad que Él mismo nos ha revelado ensu Hijo” y como la máxima divinización, pues “unos y otros, ministros y fieles, tenemos en el perdón la posibilidad de recuperar la visión de la imagen que llevamos esculpida, la de nuestro Creador, que la dejó grabada en nosotros”.
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