1.- Cada año, con ocasión de la Cuaresma, la Iglesia nos invita a una sincera revisión de nuestra vida a la luz de las enseñanzas evangélicas.
2.- Este año quiero proponeros algunas reflexiones sobre el vasto tema de la justicia, partiendo de la afirmación paulina: “La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo” (Rm 3, 21-22).
Los límites de la justicia humana
3.- Me detengo, en primer lugar, en el significado de la palabra “justicia”, que en el lenguaje común implica “dar a cada uno lo suyo” -“dare cuique suum”-, según la famosa expresión de Ulpiano, un jurista romano del siglo III.
4.- Sin embargo, esta clásica definición no aclara en realidad en qué consiste “lo suyo” que hay que asegurar a cada uno. Aquello de lo que el hombre tiene más necesidad no se puede garantizar por ley.
5.- Para gozar de una existencia en plenitud, necesita algo más íntimo que se le puede conceder solo gratuitamente: podríamos decir que el hombre vive del amor que solo Dios, que lo ha creado a su imagen y semejanza, puede comunicarle.
6.- Los bienes materiales, ciertamente, son útiles y necesarias (es más, Jesús mismo se preocupó de curar a los enfermos, de dar de comer a la multitud que lo seguía y sin duda condena la indiferencia que también hoy provoca la muerte de centenares de millones de seres humanos por falta de alimentos, de agua y de medicinas), pero la justicia “distributiva” no proporciona al ser humano todo “lo suyo” que le corresponde. Este, además del pan y más que el pan, necesita a Dios.
7.- Observa San Agustín: si “la justicia es la virtud que distribuye a cada uno lo suyo… no es justicia humana la que aparta al hombre del verdadero Dios”.
La lógica, la justicia del Amor
8.- La injusticia, fruto del mal, no tiene raíces exclusivamente externas, tiene su origen en el corazón humano, donde se encuentra el germen de una misteriosa convivencia con el mal.
9.- Sí, el hombre es frágil a causa de un impulso profundo, que lo mortifica en la capacidad de entrar en comunión con el prójimo. Abierto por naturaleza al flujo del compartir, siente dentro de sí una extraña fuerza de gravedad que lo lleva a replegarse en sí mismo, a imponerse por encima de los demás y contra ellos: es el egoísmo, consecuencia de la culpa original.
10.- Adán y Eva, seducidos por la mentira de Satanás, aferrando el misterioso fruto en contra del mandamiento divino, sustituyeron la lógica de confiar en el Amor por la de la sospecha y la competición; la lógica del recibir, del esperar confiados los dones del Otro, por la lógica ansiosa del aferrar y del actuar por su cuenta (Cf. Gn 3,1-6), experimentando, como resultado, un sentimiento de inquietud y de incertidumbre.
Justicia es sí a Dios y equidad con el hombre
11.- En el corazón de la sabiduría de Israel, encontramos un vínculo profundo entre la fe en Dios que “levanta del polvo al desvalido” (Sal 113, 7) y la justicia para con el prójimo. Lo expresa bien la misma palabra que en hebreo indica la virtud de la justicia: sedaqab. En efecto, sedaqab significa, por una parte, aceptación plena de la voluntad del Dios de Israel; por otra, equidad, con el prójimo (Cf. Ex 20, 12-17), en especial con el pobre, el forastero, el huérfano y la viuda (Cf. Dt 10,18-19).
12.- Escuchar la Ley presupone la fe en el Dios que ha sido el primero en “escuchar el clamor” de su pueblo y “ha bajado para liberarle de la mano de los egipcios” (Cf. Ex 20,22).Dios está atento al grito del desdichado y como respuesta pide que se le escuche: pide justicia con el pobre (Cf. Si 4,4-5. 8-9), el forastero (Cf. Ex 20,22), el esclavo (Cf. Dt 15,12-18).
13.- Por lo tanto, para entrar en la justicia es necesario salir de esa ilusión de autosuficiencia, del profundo estado de cerrazón, que es el origen de nuestra injusticia. En otras palabras, es necesario un “éxodo” más profundo que el que Dios obró con Moisés, una liberación del corazón, que la palabra de la Ley, por sí sola, no tiene el poder de realizar.
Cristo, Justicia de Dios
Cristo, Justicia de Dios
14.- El anuncio cristiano responde positivamente a la sed de justicia del hombre, como afirma el apóstol San Pablo en la Carta a los Romanos: “Ahora independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado...por la fe en Jesucristo, para todos los que creen, pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien Dios exhibió como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia” (Rm 3,21-25).
15.- ¿Cuál es, pues, la justicia de Cristo? Es, ante todo, la justicia que viene de la gracia, donde no es el hombre que repara, se cura a sí mismo y a los demás.
16.- Aquí se manifiesta la justicia divina, profundamente distinta de la humana. Dios ha pagado por nosotros en su Hijo el precio del rescate, un precio verdaderamente exorbitante. Frente a la justicia de la Cruz, el hombre no se puede rebelar, porque de manifiesto que el hombre no es un ser autárquico, sino que necesita de Otro para ser plenamente él mismo.
17.- Convertirse a Cristo, creer en el Evangelio, significa precisamente esto: salir de la ilusión de la autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia, indigencia de los demás y de Dios, exigencia de su perdón y de su amistad.
18.- Hace falta la humildad para aceptar tener necesidad del Otro que me libere de lo “mío”, para darme gratuitamente lo “suyo”. Esto sucede especialmente en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Gracias a la acción de Cristo, nosotros podemos entrar en la justicia “más grande”, que es la del amor (Cf. Rm 13, 8-10), la justicia de quien en cualquier caso se siente siempre más deudor que acreedor, porque ha recibido más de lo que podía esperar.
La Cuaresma y siempre, tiempo para la Justicia
19.- Precisamente por la fuerza de esta experiencia, el cristiano se ve impulsado a contribuir a la formación de sociedades justas, donde todos reciban lo necesario para vivir según su propia dignidad de hombres y donde la justicia sea vivificada por el amor.
20.- La Cuaresma culmina en el Triduo Pascual, en el que este año volveremos a celebrar la justicia divina, que es plenitud de caridad, de don y de salvación. Qué este tiempo penitencial sea para todos los cristianos un tiempo de auténtica conversión y de intenso conocimiento del misterio de Cristo, que vino para cumplir toda justicia.
Ecclesia
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