Wednesday, February 17, 2010

La Cuaresma


Se suele decir que la Cuaresma es un tiempo de penitencia. No es exactamente así. Cada tiempo litúrgico destaca, desde el punto de vista celebrativo, una experiencia profunda del ser humano. El Adviento, por ejemplo, contempla la espera, el paso lento, o pesado, o rápido, o veloz, del tiempo, que de todas estas maneras sufrimos el fluir del tiempo, según sea el momento y la experiencia vital que uno está pasando. Y a su vez la Cuaresma vive en la liturgia, y en los signos, el dolor, el fracaso, la enfermedad, la angustia, la tristeza, la muerte.
Eso no quiere decir que la espera sólo se viva en Adviento, o el dolor en la Cuaresma, o la alegría en la Pascua. Toda la vida está entreverada de dolor y alegría, de prisas y de serenidad, todas las emociones y vivencias se pueden dar en cualquier momento. Lo que hace la liturgia es, como he dicho, destacar y subrayar, y sobre todo celebrar, en cada tiempo, alguna de esas experiencias profundamente vitales, pues la Cuaresma, como realidad litúrgica, es, fundamentalmente, una experiencia cultual.
La Cuaresma consagra los cuarenta años del pueblo de Israel en el desierto antes de entrar en la tierra prometida, los cuarenta días de Jesús en el desierto antes de la tentación y de la victoria sobre el demonio y el mal. Es un camino serio y profundo hacia la Pascua, pero no aburrido ni áspero. En él la mortificación, el ayuno, la abstinencia, y el sufrimiento, en general, no son inventos masoquistas, sino recuerdo y signo de las vicisitudes que nos presenta la propia vida. No se trata de hacer méritos para nada, ni de ganarnos el cielo con la mortificación y el dolor. Nuestro Dios no es sádico ni cruel. Nosotros nos preparamos para poder vivir el profundo contraste de la vida, con su continuo paso y cambio claroscuro, y esto siempre a nivel de celebración, es decir, significativo y simbólico.
Este es el sentido real de la liturgia, que nos hace recorrer y revivir la propia experiencia completa de la vida, y que en este tiempo de Cuaresma parece que se cubre de nubarrones, pero que no es otra cosa que, como en la vida, la experiencia previa a la luz y a la alegría del Sol. Eso es el Señor Resucitado, el Sol de nuestras vidas.
Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara
El Guardián del Areópago
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