Friday, September 29, 2006

Cardenal Errazuriz en CELAM


En esta breve introducción deseo referirme a la piedad mariana como un dato vivo de la fe de nuestros pueblos, a un desconcertante silencio de la Conferencia General de nuestro Episcopado en Medellín, a la riqueza de la reflexión mariana de las Conferencias de Puebla y Santo Domingo, y a la gran tarea que tenemos por delante.

En este continente mariano, que también por esta característica de nuestra cultura se le ha llamado el continente de la esperanza, nosotros los Obispos, los sacerdotes, los diáconos, los consagrados, los agentes pastorales, ¿qué hacemos pastoralmente con este gran don, con este tesoro que Dios nos ha regalado? En nuestro trabajo pastoral, ¿sabemos alimentar el amor a la Virgen María, de manera que el amor a ella produzca todos sus frutos? ¿Lo hacemos realmente? ¿No nos ocurre con frecuencia que optamos por la otra solución silenciosa y poco fecunda? En efecto, podemos constatar que muchas veces nos contentamos con esperar que el amor a la Virgen siga su curso, y no nos preocupamos de posibles reduccionismos, ni menos aún de despertar su vigoroso dinamismo que lleva al encuentro con Jesucristo vivo, y que inspira los caminos de la conversión, la comunión y la evangelización, los caminos para construir la Iglesia sin formalismos, sin espiritualismos, sin activismos ni minimalismos, y para transformar el mundo, liberándolo de estructuras de pecado, porque Dios quiere derribar de su trono a los poderosos y a los soberbios, y espera nuestra colaboración. Nuestro Congreso quiere abrir este fecundo horizonte pastoral.

La gran oportunidad para hacerlo nos la ofrece la celebración de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe.

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