Jesús, al ver toda aquella muchedumbre, subió al monte. Se sentó y sus discípulos se reunieron a su alrededor. Entonces comenzó a hablar y les enseñaba diciendo: "Felices los que tienen el espíritu del pobre, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Felices los que lloran, porque recibirán consuelo. Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los compasivos, porque obtendrán misericordia. Felices los de corazón limpio, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán reconocidos como hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por causa del bien, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando por causa mía los insulten, los persigan y les levanten toda clase de calumnias. Alégrense y muéstrense contentos, porque será grande la recompensa que recibirán en el cielo. Pues bien saben que así persiguieron a los profetas que vivieron antes de ustedes".
¿Qué me estás diciendo, Señor?
Reflexiones sobre la lectura de hoy
No hay retratos de Jesús; pero las Bienaventuranzas nos muestran un destello de su vida interior, las fuentes de su felicidad. Bismarck tuvo razón al declarar: "No se puede gobernar con el Sermón de la Montaña". No se trata de leyes, sino que una visión interior, alimentada por el hambre de justicia en este mundo, y por la confianza en un futuro en que los que lloran serán consolados, los pobres serán recompensados y los pacientes heredarán la tierra.
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