Vittorio E. Parsi, profesor de política internacional en la Universidad Católica de Milán, en la editorial publicado el 27 de agosto en “Avvenire”, el diario de la conferencia episcopal italiana, entrega más antecedentes de la situación de los cristianos en la India.
La más grande democracia del mundo. Es esta la definición normalmente asociada a la India. Hoy sería mezquino y por tanto equivocado olvidarla, o ponerla radicalmente en discusión. Pero parece necesario interrogarse sobre la cualidad de esta democracia y sobre la dirección que está tomando.
En la Unión india está vigente la separación de los poderes, la independencia de la función judicial, un pluripartidismo no de fachada y la prensa es libre. Pero al mismo tiempo, la corrupción muy difundida y la conducción frecuentemente mafioso-clientelar de la vida política en unos estados, unidas a la sustancial impunidad de la que gozan las acciones violentas de las formaciones extremistas, corren el riesgo de vaciar el significado concreto de la democracia india.
De modo particular modo, causa alarma el crecimiento de la violencia sectaria, que pone particularmente en la mira a los cristianos – responsables de asistir a los dalit, los sin casta, verdadera base esclavizada del sistema piramidal sobre el cual está tradicionalmente organizada la sociedad hindú – pero también a los musulmanes y a los budistas.
Lo que está ocurriendo en India con frecuencia e intensidad preocupante muestra el lado oscuro de la medalla de la conquista de una independencia iluminada por la acción no violenta del Mahatma Gandhi, en cuya misma parábola existencial, con su trágica conclusión, se encierra simbólicamente la carga de contradicción de este extraordinario país: desde el redescubrimiento de la cultura tradicional y de la economía de aldea, hasta la decisión de vivir como el último de los últimos, al intento de preservar la unidad y la pluralidad religiosa del antiguo Raji británico, a la muerte violenta por manos de un extremista hindú.
A distancia de más de sesenta años de la independencia, hoy son precisamente las posiciones que quisieran una India sólo y exclusivamente hindú la que hace siempre más prosélitos. Movimientos como la Rashtriya Swayamsevak Sangh son expresión de una cultura nazistoide, que predica con la violencia la falsa ecuación entre indio e hindú, no obstante el hecho de que vivan en India más musulmanes que en gran parte de los países islámicos. Cierto, la hegemonía hindú al interior del sistema político indio ha existido siempre, pero había sido debilitada por el hecho de que los primeros protagonistas de la vida republicana, desde Nehru a Indira Gandhi, todos expresión del Partido del Congreso, se movían dentro de una visión sustancialmente laica de la política, por lo que terminaban por congelar las consecuencias más devastadoras de tal contradicción.
Es probable que este sarcástico “espíritu del tiempo” de hoy en día en el que los fundamentalismos y el abuso político de la región parecen resurgir, aparte del viraje radical emprendido por el vecino Pakistán, hayan contribuido a alimentar el éxito de movimientos como la Rashtriya Swayamsevak Sangh y de un partido como el Bharatiya Janata. Pero – como justamente ha observado el cardenal Jean Louis Tauran – también hay en el hinduismo un impulso creciente a la intolerancia y al fanatismo, que es tanto más grave precisamente porque es muy poco conocido y muy frecuentemente negado.
Junto a la contradicción política está la económica. India es “la oficina” del mundo, al menos en la medida que China es su “fábrica”. Es una sociedad de la que salen camadas de ingenieros angloparlantes por decenas de miles al año, pero que vive todavía en el mito gandhiano de la economía de aldea, o sea de aquella estructura osificada que quita toda esperanza, para esta y cualquier otra vida, a los “últimos” y alimenta el sistema de castas con su estela de ordinaria violencia. Los cristianos son considerados responsables de ofrecer esperanza a los “últimos”, para esta y la otra vida. Y han aceptado hacerse cargo de esta responsabilidad hasta el martirio, como ha ocurrido en Orisa.
Un último punto de reflexión. Brasil, Rusia, India y China son considerados, junto con Sudáfrica, los grandes países que deberían balancear el exagerado poder occidental y hacer un poco más multilateral el gobierno del mundo. Es necesario iniciar una reflexión sobre el hecho de que, a excepción de Brasil, ninguno de estos países parece haber comenzado a reducir los pesados déficits de democracia interna, y las consecuencias que ello implica para la gobernabilidad internacional.
Periodista Digital
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