Fue a raíz de un hecho que ronda la tragicomedia si no fuera por el dolor que causa a las partes implicadas y que sucedió en la ciudad italiana de Chioggia, una gran urbe cercana a Venecia. Allí un marido, que andaba con la mosca en la oreja, entró a una hora desacostumbrada en su casa y se encontró a su mujer en la cama con un sacerdote. El hombre armó la gris y la noticia corrió por toda la ciudad como la pólvora ya que el infractor era muy conocido como profesor de Sagrada Escritura de la universidad de Padua.
El obispo de la diócesis, D.Angelo Daniel, creyó que era su deber mencionar el tema en la siguiente edición del periódico diocesano “La Nuova Scintilla”. Comenzó pidiendo que no se juzgara al hombre para no ser juzgado lo que me parece bien pero los razonamientos posteriores, creo que dejan mucho que desear. Transcribo sus palabras: “A pesar de la gran responsabilidad de un sacerdote que debería ser siempre para los demás ejemplo y guía, no debemos olvidar que, frente a muchos que afortunadamente sostienen al sacerdote, no faltan personas que directa o indirectamente le empujan a pecar”. Sinceramente para decir estas cosas es mejor no hablar pues ¿no están todos los seres humanos sujetos a estas mismas influencias unas veces positivas y otras negativas? Yo creí que la historia de Eva la tentadora ya no tenía atractivo pero veo que se repite incansablemente a lo largo de toda la civilización.
Pienso que la mejor defensa hubiera sido reconocer la culpa del sacerdote para luego darle apoyo y consejo en privado y ayudarle al arrepentimiento. No conozco su vida ni el origen de la relación con su amante pero la historia me ha dado que pensar y me ha inspirado pena. He conocido sacerdotes de mediana edad que en su momento han perdido la sublime vocación que adoptaron y no les es fácil cortar las lianas con su estado ¿De qué va a vivir un hombre con conocimientos de teología en estos momentos tan competitivos? De aquí que sigan ejerciendo su ministerio para el que ya no se sienten llamados.
Me gustan más esos primeros tiempos de la Iglesia donde todos los ministros trabajaban en distintas profesiones y se les nombraba para funciones específicas que en algunos casos podían ser solo temporales. Entonces, tras un tiempo de dedicación plena o parcial a la Iglesia, podían volver a formar parte del rebaño. Estoy segura que habría menos escándalos entonces que ahora, menos malas conciencias y más felicidad para todos.
Isabel Gómez Acebo
Del blog "Cajón de ilusiones"
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