Hoy,4 de septiembre, la Iglesia celebra el nacimiento para el cielo de la BEATA MARÍA DE SANTA CECILIA ROMANA, Dina Bélanger, nombre de familia, quien muriera santamente en un día como hoy de año 1929 en Quebéc, Canadá. Nacida el 30 de abril de 1897 en la misma ciudad, fue religiosa de la Congregación de Jesús y María. En el año 1993 el Papa Juan Pablo II le dio el honor de los altares declarándola Beata. Unidos, pues, a quienes hacen de su vida un ejemplo de humilde entrega a sus hermanos, brindemos nuestro vivo aplauso a la Beata Dina Bélanger.
Meditación
QUERIDA DINA, cuéntanos com o fue la aventura de tu vida. Mi vida fue muy sencilla. Nací en una familia acomodada y profundamente cristiana, donde me formé en un ambiente austero, sin caprichos y lejos de toda superficialidad. Cursé mis estudios primarios en las Hermanas de la Congregación de Nuestra Señora. Cuando hice mi primera comunión a los 10 años de edad, recibí la gracia de la interioridad y mayor comunicación con el Señor. Mi oración se volvió contemplación y la caridad el centro de mi vida. Continué mis estudios tratando con seriedad y con firmeza de desarrollar mi inteligencia y perfeccionar mi carácter. A los 8 años había comenzado mis estudios de piano y al finalizar mis estudios secundarios continué mi formación musical en New York, durante dos años. Apasionada por el arte y la belleza, disfruté plenamente de las posibilidades artísticas de la gran ciudad. Fue allí que conocí la Congregación de Religiosas de Jesús María, que llegó a ser más tarde mi familia religiosa. Cuando regresé a casa de mis padres, mi carrera musical se vislumbraba llena de éxitos, mis conciertos se multiplicaron. Pero, en medio de una vida social que podía acapararme, yo no perdía de vista mi ideal de santidad. Me comprometí en la vida de la Parroquia, visitaba a los enfermos y ayudaba los pobres. Convencida cada vez más que Dios era amor y mi misión era responder a este amor, en el año 1921, decidí entrar en el Noviciado de Religiosas de Jesús María de Sillery, en Quebec. Después de mi profesión, mis superioras me pidieron que diera clases de música y, entregada con amor a esta misión, obtuve de mis alumnas un resultado positivo. Me pidieron también que escribiera las gracias con las que me veía favorecida en una autobiografía, y este fue el acto de obediencia más costoso. Pero ya en los primeros meses de mi vida religiosa contraje una enfermedad contagiosa de la que no me pude restablecer nunca del todo y cuyas consecuencias me llevaron al final de mis días.
Radio Vaticano
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