RD).- Sundus Butros, una farmacéutica que se negó a seguir a sus hermanos en el exilio a pesar del secuestro de uno de ellos, celebra la Navidad con sus dos hijos en la iglesia de la Virgen del Sagrado Corazón, construida en lo que fue un escondrijo de rebeldes chiitas en Bagdad. En la mayoría de las 35 iglesias que estaban abiertas el jueves en la capital iraquí se podía ver comulgar principalmente a mujeres y a niños.
Maquilladas con esmero y visiblemente encantadas de volver a verse las unas a las otras, cubrían sus cabellos negros con una elegante mantilla blanca o negra.
"Muchos hombres han sido secuestrados, asesinados o están en el paro desde 2003. Así que se marchan de Irak para ganarse la vida e intentar llevarse en seguida a sus familias", explica Butros, de 38 años.
En 2006, mientras el país se hundía en el caos, uno de sus hermanos fue secuestrado. "Los captores reclamaron 30.000 dólares que no pudimos pagar. Después mis tres hermanos se marcharon a Estados Unidos o a Siria", explica la mujer.
Ella y su marido, médico, probaron suerte en Damasco, pero no pudieron trabajar por un problema de convalidación de sus diplomas, así que tuvieron que volver.
En Bagdad, antes de 2003 había 400.000 cristianos. Pero según el coadjutor del patriarca caldeo, Shilmun Warduni, ya sólo quedan la mitad.
En su diócesis, la población cristiana ha caído en picado en los últimos diez años y ahora sólo hay 400 familias.
Desde su despacho, donde su foto con el papa Benedicto XVI ocupa un lugar privilegiado, Warduni intenta retener a sus fieles. "No queremos que los cristianos se marchen de Irak. Es nuestra casa. Estamos aquí desde hace 2.000 años, desde la evangelización de Santo Tomás", explica. Los musulmanes no llegaron a Mesopotamia, cuna del actual Irak, hasta el siglo VII.
"Los cristianos estamos aquí para dar fe, pero la gente está cansada y tiene miedo de ser asesinada", añade este hombre risueño.
Frente a la iglesia, construida hace cuarenta años, recientemente se ha edificado una mezquita chiita en un antiguo edificio del partido Baas de Sadam Husein.
"Desde que suena la campana o comienza la misa, el imán comienza a recitar aleyas del Corán a todo pulmón", asegura Wasim, de 30 años, que trabaja en un ministerio.
Los musulmanes "ya no nos quieren y estoy convencido de que si un día mi jefe encuentra a un musulmán capaz de hacer mi trabajo me echará sin ningún miramiento", asegura este nieto de un soldado indio que desembarcó en 1916 en lo que iba a convertirse en Irak.
Wasim no es el único que quiere abandonar Irak. Sami Tahir, propietario de una frutería de 41 años, piensa reunirse con su familia en Suecia.
Su mujer y sus hijos se marcharon del país cuando los musulmanes comenzaron a amenazar la tienda, que se encuentra en el centro de la ciudad.
"La seguridad es pésima y vivir aquí es cada vez más difícil. Todo es porque soy cristiano", añade nervioso.
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