Saturday, November 25, 2006

«El gran silencio»: tres horas de retiro espiritual




Reconoce en un español muy correcto que siempre supo hasta qué extremo era arriesgada su decisión de realizar un filme sin apenas palabras ambientado en un monasterio de clausura. No, Gröning no se engañó nunca, ni siquiera al principio de todo, o sea, en 1984, cuando pidió permiso a la orden de los cartujos para rodar dentro del Grande Chartreuse, situado en los Alpes franceses. Los religiosos le contestaron afirmativamente... 16 años después. Lo que jamás decidió fue que «durase tanto, eso lo impuso la propia película. Luchamos para que resultara más corta, pero descubrimos que debía ser así, tal cual. Para emitirla por la televisión de mi país intentaron eliminar parte del metraje. Consiguieron reducirla a 60 minutos, aunque les parecía más aburrida que la original, con menos ritmo... Y decidieron dejarla como estaba».

En «El gran silencio» Gröning refleja el paso de las horas, de las estaciones, el ¿monótono? día a día de estos hombres: «La única posesión que tenemos realmente es el tiempo, El cine es el único arte que trabaja con él en tanto herramienta principal, aun cuando hoy no se utiliza, se esconde bajo la historia, bajo efectos especiales. Por eso me parece que la experiencia más profunda que alguien puede sentir al ver la película es tener la sensación de tiempo», dice el germano. Quien confiesa luego con media sonrisa que este trabajo «me transformó mucho. Mucho. Para mí el catolicismo era una religión concentrada, sobre todo, en la idea del pecado, pero gracias a la cinta descubrí que hay otro centro en esa religión que yo no encontré, esa confianza absoluta. El cristianismo puede tener un lado oscuro, pero también otro luminoso, que no conocía. Incluso durante el rodaje sucedió un incidente, me caí desde una altura de seis metros y no me pasó nada. Fue un milagro...». Y añade meditabundo que «uno puede fallecer en cualquier momento, todos tenemos nuestra hora marcada, y se ve que no era la mía. No le tengo miedo a la muerte, vendrá cuando tenga que hacerlo».

el pudor frente a las celdas
Silencio, ritmo, repetición. En la película los religiosos comen, cuidan los campos, limpian el suelo, celebran misa, no hablan nunca. Y vuelta a empezar: «Me siento más solo en mi vida normal que cuando estuve en el monasterio. Había calor humano. Y, una vez que tomaron la decisión de rodar, los monjes me entregaron su confianza de forma absoluta. Sin embargo, tuve miedo de mi propia presencia. Me dieron permiso para filmar en sus celdas desde el principio, y no fue hasta las siete semanas que reuní el coraje suficiente para entrar en esos espacios pequeños, sus casitas. Orar es muy íntimo, de ahí que me diera pudor. Cuando ruedas a un hombre rezando parece que estés invadiendo su intimidad».

El mayúsculo esfuerzo de Gröning ha merecido la pena, ya que la cinta ha sido excelentemente recibida en Italia, EE UU, Gran Bretaña: «Por los resultados que he visto en esos países, puedo afirmar que los espectadores de mi obra son bastante distintos. Los hay jóvenes, viejos, creyentes, no creyentes. Sólo debes saber que estos hábitos existen y tienen un significado. Nada más. Y has de estar preparado para ver un filme donde descubrirás algo sobre ti mismo». En cuanto a si los protagonistas de «El gran silencio» la han visto, Gröning sonríe y responde que «la mitad, y les gustó muchísimo. Bueno, la otra parte pensó que era más importante rezar... Estaban impresionados por la manera en que plasma sus existencias». Sus apacibles existencias: «Sí, son muy felices. Los primeros 15 años resultan los peores, según me indicaron, pero luego luchan por la paz y la encuentran... Vivimos con tanto estrés... De repente te ves envuelto en ese silencio y el cuerpo te recuerda que llevas años cansado».

«Cuando ruedas a un hombre rezando parece que estés invadiendo su intimidad», asegura el director.

Fuente: La Razón

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