Ignacio de Loyola empleó sus mejores esfuerzos en la enseñanza de la oración.
Antes de su conversión, su idea de orar era recitar el Padrenuestro o el Dios te Salve.
Cuando comenzó a leer las escrituras, se dió cuenta que Dios le estaba hablando a él, especialmente en los relatos sobre Jesús.
Escribió más adelante: "Dios me enseñó como su pupilo".
A medida que pasaron los años, su oración se volvió más silenciosa - sin palabras - como le sucede a la oración de muchos cristianos, a medida que maduran en su vida espiritual. Ignacio tenía tal necesidad de orar - tal era la intensidad de su goce - que tuvo que racionar sus oraciones, porque sus lágrimas de alegría empezaron a afectar su vista.
Dios era para él un contacto, no una palabra.
Uno de sus amigos recordaba que Ignacio se subía al techo de su casa en la noche. "Se sentaba ahí arriba quieto, totalmente quieto. Se sacaba su sombrero y contemplaba largamente el cielo ... y sus lágrimas comenzaban a inundar su rostro, en una forma tan silenciosa que no se escuchaba ni llantos ni suspiros, ni se observaba el menor movimiento de su cuerpo."
De Espacio Sagrado
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