Jesús Sánchez Adalid, sacerdote y novelista
Es una “rara avis”. En tiempos en que la Iglesia española tiene cada vez menos presencia en la cultura del país, surge un sacerdote novelista que se consagra, en pocos años, como uno de los mejores y más destacados autores de novela histórica del momento. Le llueven los premios, el último el Fernando Lara, y sus novelas se venden como rosquillas. Pero él sigue teniendo muy claro que en su vida “prevalece la vocación de cura sobre la de escritor”.Y como cura y escritor hace autocrítica, dice lo que piensa y reconoce que "la Iglesia es una gerontocracia" y que a los obispos se les ve como "personajes de poder y carcas".
Jesús Sánchez Adalid (Don Benito, 1962) es un cura de “vocación tardía”. Primero fue juez y e impartió justicia durante dos años. Después, se hizo cura y dejó la toga por la sotana o el clergyman, que es lo que viste, y la cura de almas. Quizás, por eso, tiene muy claro que, en su vida, no se cumple el aforismo de los Reyes Católicos del “tanto monta”. “Por supuesto que prevalece mi vocación de cura sobre la del escritor”.
Asegura que “la vocación es algo muy difícil de explicar” y que, en su caso comenzó “con una inquietud social”. Lo que sí tiene claro es que, desde que es cura, nunca ha dudado de su vocación y que, además, se siente “feliz”.
Y en su parroquia sólo ejerce de cura. “En mi pueblo, soy el cura y nada más. La gente no se acerca a mí con mitomanía”. A pesar de su creciente fama y popularidad, Jesús es un simple párroco. En Alange, un pueblo de unos 2.000 habitantes de la provincia de Badajoz. “No suelo estar más de 24 horas fuera del pueblo”. Y, por supuesto, ni el obispo se lo ha planteado ni él tiene en mente dejar su parroquia para dedicarse en exclusiva a escribir.
El haberse convertido en un escrito consagrado fue “un proceso progresivo, que he ido viviendo con normalidad”. Y lo mismo sus feligreses y sus compañeros curas, de los que dice que “se sienten orgullosos de mí y se lo agradezco”.
“A veces, el ser párroco me complica la vida, porque quiero atender a mis feligreses, pero también quiero que se me lea. Pero, a pesar de todo, el seguir siendo párroco enriquece mi vida”.
Serio, elegante, con un clergyman impecable, tiene las ideas claras y sabe expresarlas con fluidez. Un cura de hoy, que vive muy en contacto con el mundo actual. Y por eso, le duele más la situación de la Iglesia como institución menos valorada y en la que menos confían los españoles, según todas las encuestas.
Pero, ante esa situación, no se contenta con buscar los enemigos fuera. Y hace autocrítica. “La Iglesia tiene miedo al vértigo del paso del tiempo. Y ese miedo la hace replegarse sobre sí mismo y actuar de forma conservadora”. Y, además, “le falta mordiente”.
La gerontocracia eclesiástica
Pero, ante esa situación, no se contenta con buscar los enemigos fuera. Y hace autocrítica. “La Iglesia tiene miedo al vértigo del paso del tiempo. Y ese miedo la hace replegarse sobre sí mismo y actuar de forma conservadora”. Y, además, “le falta mordiente”.
La gerontocracia eclesiástica
Quizás, porque “la Iglesia es una gerontocracia, dominada por ancianos y, cuando se es mayor, se ve la vida de otra manera. Es el reino del ancianismo. Además, es la institución más vieja del mundo. Tiene una visión de 2.000 años y está gobernada por un anciano. En cualquier otra institución, el Papa Benedicto XVI hace 20 años que estaría jubilado, pero, en la Iglesia, la está gobernando”.
Esta gerontocracia eclesial es, a su juicio, ambivalente para la institución. “Por un lado, el anciano siempre va a lo esencial, a la sustancia. Y no se asusta ya por nada. Los que se asustan son los cuarentones, que tienen la visión de la mitad de la vida”. Pero esa situación también tiene “sus inconvenientes, porque todo se retrasa y se ralentiza. Y eso puede exasperar a los demás miembros de la institución”.
Y Don Jesús se extiende a la hora de explicar la “mala imagen” de la Iglesia a la que tanto quiere y, por eso mismo, tanto le duele. A su juicio, se dan en ese fenómeno “una conjunción de factores”. Por un lado, “el anticlericalismo, que se ha consolidado, aunque la mayoría de la gente reconoce las cosas buenas que hace la Iglesia hoy y que hizo a lo largo de la Historia”.
Pero también influyen “las dificultades de la propia institución y el que sea un organismo enorme y pluricelular, un mundo compuesto por muchos mundos en pequeño”. Y señala, en concreto, el orgullo de la labor de los misioneros o la acción social de la propia Iglesia. “Cuando llega un pobre a un pueblo, siempre va a casa del cura, porque sabe que siempre se le atiende”. Eso sí, también reconoce Don Jesús que “a los obispos se les ve como personajes poderosos y carcas”.
“Los curas son muy pesado en las homilías”
Como todo cura que ejerce, Jesús Sánchez Adalid tiene que predicar. Y tiene muy claro que sus sermones han de ser cortos, bien preparados, pero no leídos. “Suelo predicar unos seis minutos y hacer sermones que sirvan para la vida y que alienten y animen a la gente. Nunca los escribo. Eso sí, los preparo: Pero, después, los pronuncio sin papel, porque, cuando la gente te ve leer el papel, desconecta”. Y no le duelen prendas a la hora de reconocer que, a veces, “los curas son muy pesado en las homilías”.
También se muestra crítico con las pastorales de los obispos. “Son muy buenas, pero para curas. A veces, incluso a mí me resultan incomprensibles”. A su juicio, los prelados “tienen que cambiar ese esquema, porque no podemos convertir la fe en una colección de sermonarios. A veces, habrá que cambiar incluso la forma de decir las cosas. Dejar de dar lecciones y de utilizar el tono magisterial y no estar constantemente siendo profetas de calamidades”.
Porque, a su juicio, los españoles siguen siendo mayoritariamente creyentes, en contra de lo que suele decirse. Y siguen yendo mucho a misa. “Las iglesias están llenas. Van 9 millones de personas semanalmente a misa. Al cine, sólo dos millones al año”. Además, “los españoles siguen acudiendo a los sacramentos que, por muy sociológicos que sean, son la masa que tenemos que fermentar”.
Su receta para la Iglesia es sencilla, pero profunda: “Mirar al mundo con cariño y no hacer juicios de valor ni condenar”. Y añade: “No tenemos que tener miedo al mundo. Porque nosotros también estamos en el mundo. El clero no está separado de la sociedad, aunque la que sí se ha alejado de ella sea la institución como tal”.
Fuente: El Periodista Digital
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