Saturday, April 26, 2008

Juan Gelman: “Los místicos y los exiliados compartimos la misma ausencia”


Juan Gelman, Premio Cervantes

(Juan Carlos Rodríguez) Juan Gelman es una inspiración, un verso libre, que se atreve a definir la poesía como indefinible, al mismo tiempo que la encierra en una metáfora inquieta: “Un árbol sin hojas que da sombra”. Un poeta, argentino y exiliado, que se antoja inmarcesible, imposible de reducir a un estilo, a un género, a un único significado. Un lírico que ha explorado a fondo las posibilidades del lenguaje: vanguardista y romántico, a la vez que social y existencialista. Gran poeta amoroso, es un fanático de la poesía mística, de san Juan de la Cruz a santa Teresa y Miguel de Molinos, a la que constantemente regresa y homenajea.
Pletórico y emocionado, Gelman, de 77 años, llegó a Madrid y recogió en el paraninfo de la Universidad de Alcalá el Premio Cervantes, que le condecora como cima de la poesía hispanoamericana. Llegó con su “asamblea de nietos” por delante. Entre ellos, Macarena, de 31 años, nacida en cautiverio y dada en adopción en Uruguay en 1976, después de que sus padres –Marcelo Gelman y María Claudia García– fueran asesinados por la policía de Videla. No se detuvo hasta que en 2000 dio con ella, después de dos décadas siguiéndole el rastro y la vida.
“Ternura o llama / donde crepitan los destierros”, dice uno de sus versos. El mismo que le define. Y que da pie a que le pregunte por cómo su exilio y el dolor ha traspasado desde la experiencia a la poesía.
Una cosa es producto de la otra. Toda la experiencia vivida me ha provocado, en determinados momentos, romper los límites de la lengua. No es sólo un juego formal, sino una necesidad de expresión. Pero el dolor no es la fuente de inspiración. No creo que la poesía nazca del dolor, no al menos del dolor personal; la poesía nace del dolor de la palabra. Y, por supuesto, también de la imaginación. Yo no creo que sea un poeta del dolor; es la imaginación la que corre libremente por mí.
Como una necesidad. ¿No es así?

De otra manera no escribiría. El misterio de la poesía es que no puede ser un ejercicio voluntarista. No se puede elegir de qué escribir, más bien al contrario. Ni tan siquiera cuándo. Ya me gustaría a mí. No considero, por eso mismo, la poesía como una profesión. La poesía es algo que llega cuando ella quiere y no es que uno la pueda invocar o convocar: nadie se sienta a escribir poemas porque quiere o porque se lo propone.
¿Es un impulso místico?

Sí…
De ahí viene su atracción por la mística española…

Los místicos y los exiliados compartimos una misma ausencia: en la poesía de san Juan de la Cruz y en la prosa de santa Teresa hay experiencias que se aplican perfectamente a la vivencia del exiliado. Los místicos hablan de Dios y su ausencia. A mí me ayudaron tremendamente en el exilio, porque eran como la presencia ausente de lo amado. Para los místicos, la ausencia es Dios; para mí, mi país, los compañeros que habían caído, una mujer amada, mis hijos, es decir, todo lo que es pérdida.
¿San Juan de la Cruz es la cumbre?
Es el poeta más alto que ha dado hasta ahora la lengua española. Para mí, Teresa de Ávila, en cambio, es una prosista magnífica. Creo que hay tres experiencias que se asemejan mucho, que son la poesía, la mística y el amor, porque creo que en esas tres se produce lo que se llama el éxtasis, el salir de sí mismo.

¿El amor? Déjeme: ¿Aún no se le ha hecho justicia a su poesía amorosa?
Soy un gran enamorado, por eso escribo tanto de amor. Es, sin duda, una de mis obsesiones. Sí, es verdad, pienso que aún no se ha acabado de destacar del todo. Y, en cambio, se me dibuja como no soy: un poeta político.

En usted se confunde compromiso político y verso político…
No pienso que la poesía sirva como arma política, ni mucho menos que vaya a derribar a un dictador. Todos tenemos que estar alerta de lo que pasa, pero la poesía puede coincidir con las circunstancias externas en la medida que éstas coincidan con las circunstancias del corazón. La poesía, si es algo, es pura creación. Yo no creo en el compromiso de la poesía, prefiero estar casado con ella. Eso es mi vida.
Pero es un matrimonio lleno de obsesiones, de vértigo…
Todo el que escribe tiene unas pocas obsesiones. Algunas se van y luego renacen. En mi caso, se llaman amor, otoño, niñez, revolución y muerte. Y es que el tiempo funciona como una espiral que hace que, aunque escribas de lo mismo y las obsesiones sean las mismas, éstas giren y se vean de otra manera. Me entero de lo que pasa en mi interior cuando escribo.
¿Aprendió del exilio escribiéndolo?

Sí. El exilio es algo brutal, un vacío. A nadie le gusta ser exiliado, ni condenado a errar fuera de su país, ni a ser privado de su derecho a la democracia. Viví en Roma, en París, en Madrid… son ciudades excelentes, pero que no podían en ningún momento cubrir la ausencia de mi territorio. Pero no sólo escribir; también el conocimiento de los poetas me ha enriquecido mucho. Gracias a ellos, descubrí territorios que ignoraba poseer y otros que no tenía porque no había descubierto a esos poetas.
Confiese: su constante insatisfacción con su obra es sólo humildad…
No, no. Un poema nunca se acaba. Yo no sé muy bien cómo se da el proceso de la forma y el contenido en mi interior; lo que sí conozco es el resultado. Y la poesía es una insatisfacción permanente, porque la distancia de lo que se escribe y lo que se quiere decir es muy grande. Pero yo renuncié hace mucho a examinar mi poesía como si fuera un crítico.
¿Por qué?

Me cuesta demasiado hablar de mi poesía o reflexionar sobre ella. En este sentido, me gusta decir una vieja leyenda que me contaba mi mamá, que decía que un día estaba una arañita al borde del camino y pasó el ciempiés. La arañita lo detuvo y le preguntó cómo hacía para caminar, si primero movía las 50 patas de la derecha, luego las 50 de la izquierda, cinco y cinco, dos y dos, una y una. El ciempiés se quedó pensando y no caminó nunca más.
¿Pero tendrá alguna definición de la poesía, no?
Para mí la poesía es un instrumento para saber algo del porqué de la vida. La poesía es imposible de definir; sólo por aproximación podría decir que es como un árbol sin hojas que da sombra. Pero es una entre las mil que se podría citar.

¿Y qué hay del poeta en el periodista que usted fue o, si me lo permite, qué hay del periodista en el poeta?

El periodismo y la poesía son dos géneros distintos. En mi caso, mi trabajo periodístico preferido siempre fue el de cronista; siempre en la calle. De ese modo, entré en contacto con aspectos del lenguaje que nunca me habría encontrado. ¿Hasta qué punto ese lenguaje entró en mi poesía? Eso es algo que no sabría decir.
¿Cómo se siente alguien que ha sido galardonado con el Premio Cervantes?
No encuentro las palabras, es una emoción muy intensa, intensísima. Es el Nobel de las letras españolas. Este reconocimiento significa Cervantes, el Quijote y las novelas ejemplares. Significa mucho para mí porque es el premio más preciado de la lengua. Simplemente su nombre connota muchas cosas.

Al menos, contribuirá a que su poesía llegue a nuevos lectores, ¿no?
Los premios son estímulos; el único defecto que tienen es que no escriben por uno, pero son agradables de recibir. Pero es cierto que los premios ayudan a difundir una obra. Y eso es particularmente importante en un ramo como la poesía, que viene a ser una especie de cenicienta del arte.
Vida Nueva

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