JOSÉ ANTONIO PAGOLA
SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).
ECLESALIA, 23/04/08.- No hay en la vida una experiencia tan misteriosa y sagrada como la
despedida del ser querido que se nos va más allá de la muerte. Por eso, el evangelio de Juan
trata de recoger en la despedida última de Jesús su testamento: ¿qué van a hacer ahora sin
Jesús?
Una cosa es muy clara para el evangelista. El mundo no va a poder «ver» ni «conocer» la
verdad que se esconde en Jesús. Para muchos, Jesús habrá pasado por este mundo como si
nada hubiera ocurrido; no dejará rastro alguno en sus vidas. Se necesitan unos ojos nuevos.
Sólo quienes lo aman podrán experimentar que Jesús está vivo y hace vivir.
Jesús es la única persona que merece ser amada de manera absoluta. Quien lo ama así, no
puede pensar en él como si fuera alguien que pertenece al pasado. Su vida no es un recuerdo.
El que ama a Jesús vive sus palabras, «guarda sus mandamientos», se va «llenando» de
Jesús.
No es fácil expresar esta experiencia. El evangelista la llama el «Espíritu de la verdad». Es una
expresión muy acertada, pues Jesús se va convirtiendo en una fuerza y una luz que nos hace
«vivir en la verdad». Cualquiera que sea el punto en que nos encontremos en la vida, acoger
en nosotros a Jesús nos lleva hacia la verdad.
Este «Espíritu de la verdad» no hay que confundirlo con una doctrina. No se encuentra en los
estudios de los teólogos, ni en los documentos del magisterio. Según la promesa de Jesús,
«vive con nosotros y está en nosotros». Lo escuchamos en nuestro interior y resplandece en
la vida de quien sigue los pasos de Jesús de manera humilde, confiada y fiel.
El evangelista lo llama «Espíritu defensor» porque, ahora que Jesús no está físicamente con
nosotros, nos defiende de lo que nos podría separar de él. Este Espíritu «está siempre con
nosotros». Nadie lo puede asesinar como a Jesús. Seguirá siempre vivo en el mundo. Si lo
acogemos en nuestra vida, no nos sentiremos huérfanos y desamparados.
Tal vez la conversión que más necesitamos hoy los cristianos es ir pasando de una adhesión
verbal, rutinaria y poco real a Jesús, hacia la experiencia de vivir enraizados en su «Espíritu de
la verdad».
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