Mateo 11, 25-27
En aquella ocasión Jesús exclamó: "Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has mantenido ocultas estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, pues así fue de tu agrado. Mi Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo se lo quiera dar a conocer. Vengan a mí los que van cansados, llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y sus almas encontarán descanso. Pues mi yugo es suave y mi carga liviana."
En aquella ocasión Jesús exclamó: "Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has mantenido ocultas estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, pues así fue de tu agrado. Mi Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo se lo quiera dar a conocer. Vengan a mí los que van cansados, llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y sus almas encontarán descanso. Pues mi yugo es suave y mi carga liviana."
¿Qué me estás diciendo, Señor?
Reflexiones sobre la lectura de hoy
Un dicho de Santa Catalina de Siena era: "Donde vemos pecados, Dios ve debilidad".
Ella señala la realidad del hecho que muchas personas tratan de dar lo mejor de sí; pero encuentran que sus fracasos a menudo los abruman.
Dios ve nuestros corazones y nuestros esfuerzos, incluso cuando éstos no tienen éxito.
El Espíritu Santo, enviado con numerosos dones y energías para el mundo, también nos trae el regalo del perdón Divino.
Espacio Sagrado
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