Para la mayoría de nosotros que vamos a Misa diariamente, es una forma de preparar el día y ofrecérselo al Señor. Le agradecemos por el día de ayer, y le pedimos perdón por lo que hicimos mal en esas 24 horas. Escuchamos la Palabra de Dios en las lecturas, y nos unimos al Señor en la Comunión. Muchos tienen sus propias formas de orar durante la Misa, no necesariamente siguiendo las oraciones del sacerdote, sino que oraciones personales, a veces silenciosas. Sin importar lo que el Misal dice, muchos participan en la Misa en forma personal, igual que en el Rosario. Lo que los convoca a la Misa puede ser el participar en comunidad; o puede ser la oportunidad de para rezar privadamente - basta fijarse en los que llegan antes y se quedan después de la Misa. Para muchos de nosotros, tanto sacerdotes y laicos, la Misa en un tesoro; porque no importa cuán alejados nos sintamos, sabemos que en la Eucaristía todo el Pueblo de Dios participa de la oferta de Jesús a su Padre, y todos podemos incorporarnos a ella.
Lamentablemente, no hemos podido traspasar nuestro amor por la Misa a nuestros hijos e hijas. No ayuda que nos molestemos por esto; podemos molestarnos con nosotros mismos, especialmente nosotros los sacerdotes, por no haber preparado nuestras liturgias cuidadosamente. Cuando las preparamos bien, y facilitamos la participación de todos, podemos ver el buen resultado: la Misa se convierte en una verdadera experiencia religiosa, con las mentes, corazones y cuerpos todos elevados hacia el Señor.
Nadie debe forzar la asistencia de los jóvenes; ellos irán cuando conozcan esa experiencia, o perciban el valor que tiene para ellos. Es nuestra labor el encontrar las palabras que revelan cuanto la atesoramos.
Espacio Sagrado
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