Tampoco importa cuándo.
Nadie podría decir en qué día apareció esta noticia. Esta desgracia ocurre cada día en nuestras costas y tanta frecuencia nos ha hecho inmunes a tamaña catástrofe.
Sin embargo, el olvido no acaba con la tragedia.
Quiero llorar cuando dicen que es ilegal ahogarse en el mar. Cuando me doy cuenta del nivel de desesperación al que puede llegar una persona. Tanto como para arriesgarlo todo por llegar a un lugar en el que no es bien recibido. Lugar en el que nosotros hemos nacido por casualidad.
El hombre de la foto llora. Llora porque acaba de ser rescatado junto con otros 31 inmigrantes que, como el, cayeron al agua desde la frágil embarcación en la que atraviesan su abismo personal.
Llora porque han estado a punto de perder la vida. Porque en pocos días retornará a la vida de la que trataba de escapar.
Porque sabe que esto supone volver a intentar el viaje y que la próxima vez quizá no tenga tanta suerte. Ha visto de cerca el destino al que se vieron abocados en el pasado muchos de sus compatriotas, hoy sin nadie que les llore. Está viendo de cerca la suerte que en el futuro le espera y por la que ahora llora.
Ellos lloran y nosotros deberíamos hacerlo también. Cada uno a un lado de una misma tragedia, su tragedia.
Eso es lo que nos hace tan iguales y tan distintos a la vez.
Charles Evans
Jesuitas de Castilla
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