Por Pablo Veiga, SJ
Pues la verdad, así de primeras… mirada “al mundo”… me suena un poco ¿solemne?, ¿pretencioso? Además me da un poco de palo por aquello de sentirme medio “extraterrestre”. No, perdona pero no tengo tanta perspectiva. Me coges demasiado metido en medio de este mundo.
De hecho me parece que estoy demasiado cerca (curioso, ayer leí en algún sitio que “cada individuo lleva dentro de sí a los demás”). Estoy tan pegado que a veces no veo casi nada. Y no porque me falte “zoom” -ya me encargo yo de tener mis pequeños refugios y defensas frente a “demasiada proximidad”-. No, no es problema de enfoque.Más bien, a veces no veo casi nada porque me acostumbro. Las cosas “me pasan” desapercibidas; se mueven, ocurren, pero ni me entero.
Hace tres semanas, estaba paseando por Harvard Square. Uno de esos ratos “tranquilos” que uno saca de vez en cuando para reencontrarse. Hacía frío, pero brillaba el sol sobre el rostro. Gente, coches, bullicio… Vi un transeúnte envuelto en un atuendo mugriento oscuro. Los pies se me aceleraron, los ojos miraron para otro lado, un calor me subió por dentro y me vinieron como unos sudores a la vez que la conciencia me pellizcaba con un “podías-preguntarle-si-quiere-un-café-caliente”.
A la memoria me vinieron embarazosos recuerdos de algún aborto de conversación con “bostonianos” de pura cepa –la culpa de tal inviabilidad la repartimos mitad para mi inglés y mitad para su acento-. Afortunadamente, cuando todo esto, ya había pasado de largo unos cien metros. Mis pies ya no pararon. Mi conciencia se enredó en una medio oración culposa, derrotada de nuevo, con cierta idea de que el Adviento llega y -quizá con él-, la gracia de ser un poco más ¿valiente? la próxima vez. El sol seguía brillando como sin darse cuenta del aire frío que venía del paseo del río.
Era sábado. Preparando la homilía del día siguiente, el salmo decía “El Señor es mi pastor, nada me falta”. No lo pude rezar. No era verdad. Claro que me faltaba algo. Me faltaba aquel hombre del atuendo mugriento. “Cada individuo lleva dentro de sí a los demás”. Sí. A veces los llevamos dentro como ausencias.
Navidad, encarnación. Dios abraza nuestra carne ¿cobarde?, nuestros pies huidizos, nuestros ojos esquivos, nuestra conciencia torturadora, nuestra memoria indulgente. Viene, pero Él no ocupó esta ausencia de aquel hombre dentro de mí. No sé si puede. Quizá no quiera, por respeto. Este hueco es de aquel hombre. Afortunadamente, el Señor no sólo viene y abraza, en general. A veces también me molesta. Así me acostumbro menos. Hay ausencias que me ayudan a enfocar.
El Señor es mi pastor, aunque me falte algo. Navidad, sí, también con ausencias.
Jesuitas de Castilla
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